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Columna
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Los fusilamientos del 3 de mayo

La celebración del bicentenario de la guerra de la Independencia me llega sin haber leído aún el fantástico libro Los afrancesados, de Miguel Artola. Pero, el miércoles pasado, una pregunta que el cantante Jaime Urrutia le hace al también cantante Ariel Rot, su compañero de tertulia, en el programa La Ventana, que conduce en la cadena SER Gemma Nierga, me lanza por fin al ruedo militar. Jaime Urrutia lleva al programa la canción El soldadito, del grupo La Compañía, lanzada en 1971, y le pregunta a su compañero si la conoce. La respuesta de Ariel Rot ha debido obligar a Cicerón -el que llamó, en la Roma del siglo I a. C., a la historia maestra de la vida- a lanzar en su tumba de Túsculo un aullido de furia. Ariel Rot responde nada menos que esto: "No, no la conozco, yo aún no había nacido". ¿Puede haber una declaración mayor de ateísmo que afirmar que uno no conoce una canción porque, cuando se lanzó, aún no había nacido? Como truco para los exámenes que se avecinan para los estudiantes, esta respuesta no tiene precio. ¿Podría decirme qué obras escribió Lorca? Profesor, pero ¿cómo puede hacerme esa pregunta si usted ya sabe que en esa fecha no es que no hubiera nacido yo, es que tampoco había nacido mi padre? Y, por supuesto, si el profesor sin hacer caso al alumno, se fuga incluso al siglo XVII y pregunta dónde vivió en Madrid Lope de Vega, es comprensible que ese alumno se querelle contra su profesor en los juzgados de la plaza de Castilla.

Esa fecha es simplemente el epílogo del golpe de Estado de Fernando VII contra su padre Carlos IV

Y, en ese momento, y tras disfrutar con la canción El soldadito, decido ponerme las pilas y enterarme de una vez qué ocurrió en Madrid los días 2 y 3 de mayo de 1808. Tecleo en Google "Guerra de la Independencia" y en dos segundos imprimo un artículo de Rafael Torres publicado en el diario digital www.diariocritico.com. Escribe Torres que, contra lo que la gente cree, el 2 de Mayo de 1808 España no inicia la Guerra de la Independencia. Esa fecha es simplemente el epílogo del golpe de Estado de Fernando VII en Aranjuez contra su padre Carlos IV. También Torres nos baja los humos a quienes creíamos en la espontaneidad de la sublevación de Madrid contra el invasor: esa sublevación fue urdida por los agentes de Fernando VII para presionar a Napoleón con el fin de que refrendara dicho golpe. Esa sublevación tampoco fue popular: fue simplemente orquestada por el clero y la aristocracia en beneficio exclusivo de sus intereses. Es un artículo de 23 líneas. Aquí sólo he citado las seis primeras. Las 17 líneas restantes son también demoledoras. Al final del artículo, Rafael Torres lamenta el dinero público que se va a gastar en fastos y conmemoraciones sin realmente contarnos la verdad histórica. Ese artículo me llevó a leer las páginas que Antonio Domínguez Ortiz dedica a la Guerra de la Independencia en su extraordinario libro España. Tres milenios de historia. Pero el demoledor artículo de Rafael Torres me funde los plomos y, por primera vez, incluso mi ídolo Domínguez Ortiz me parece un poco blando en su relato de la Guerra de la Independencia.

En la mañana del 1 de mayo voy ingenuamente al Museo del Prado con intención de ver Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, una de las cumbres de la pintura occidental de toda su historia. Envenenado por el artículo de Torres, incluso me olvido de que es el Día del Trabajo y, por tanto, cuando estoy a 20 metros de la taquilla, dos empleadas de una agencia turística le comunican a una turista que el museo hoy está cerrado. Por fin despierto de mi sueño torresiano: ¿cómo va estar abierta la taquilla si estamos celebrando el Día del Trabajo? Más tarde tengo la prueba definitiva de que esta fiesta del Trabajo es tan importante como el día de Navidad o el día de Jueves Santo. El Corte Inglés no ha abierto ni siquiera su tienda de libros y discos. Por ir a ver Los fusilamientos del 3 de mayo sin éxito recuerdo que, cuando ETA asesinó a Carrero Blanco, Franco se limitó a decir no hay mal que por bien no venga. Me aplico la sabiduría de Franco y me voy a la cuesta de Claudio Moyano, el ministro que instauró por primera vez en España la educación pública. De las 30 librerías de la cuesta de Moyano visito diez y encuentro una joya suprema: Teresa de Ávila. Biografía de una escritora, de la extraordinaria hispanista italiana Rosa Rossi. Hace dos semanas conocí en Roma a Rosa Rossi y, tras elogiarle su espléndido libro Tras las huellas de Cervantes, publicado por Trotta, me habló de esta biografía que yo no tenía. Leo unas páginas de esta biografía y me maravillan. En la cuesta de Moyano, a la una del mediodía del Primero de Mayo, el grupo Revelación, contratado por el sindicato Confederación General del Trabajo, que tiene en Madrid 10.000 afiliados, ofrece un magnífico concierto. Y aplazo una visita a Los fusilamientos del 3 de mayo para la próxima semana.

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