_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fusiles calientes

He tenido una pesadilla. Una pesadilla que va desde la avalancha de aquellos perritos calientes que lanzaron desde Coney Island, para arrasarnos el duodeno, hasta el arsenal de fusiles calientes que anuncia Umberto Bossi, para "cazar a los clandestinos". De la mostaza a los 300.000 mártires que ha reclutado la Liga del Norte para no sé qué pelea, hay proteínas, mucho esperpento y más retórica fascista. Si la Unión Europea se ha metido los perritos calientes entre pecho y espalda, ¿por dónde piensa meterse esos fusiles calientes? Como una pesadilla desbarata los más solemnes tratados, no entra en sutilezas diplomáticas y se permite las licencias que le vienen en gana, la Unión Europea, que era, en el angustioso ensueño, una dama ordinaria y mandona, se los metió por el culo al señor Bossi y lo ha dejado hecho un tostón. Pero al despertar, me he dado cuenta de que la Unión Europea no es ninguna dama ordinaria, sino un elegante club de financieros, capitanes de industria y políticos de charol, que ante cualquier conflicto, miran hacia otro lugar. Pero, eso sí, son tolerantes, sensibles, permisivos y les complacen las ocurrencias y amenazas de algunos de sus socios. Sin duda, más de uno se alborozó cuando el saltarín Silvio Berlusconi celebró su victoria, en medio de una multitud de jóvenes que hacían el saludo fascista, mientras el primer ministro exclamaba: "Al verlos, he pensado: la nueva falange romana somos nosotros", en un exaltado revival de aquella marcha de camisas negras sobre la capital italiana de 1922. Los residuos del compromiso histórico entre Berlinguer y Andreotti se están utilizando para montar una escenografía penosa, que salpica a la Unión Europea y anuncia la devastación de los campamentos gitanos y una carga contundente sobre los inmigrantes. El apóstol de estas presumibles hazañas es Gianni Alemanno, el actual alcalde de Roma, quien ya ha vaticinado que expulsarán a cuantos han cometido crímenes en la capital, unos 20.000 ciudadanos, no italianos, por supuesto, para aligerar la situación, ni se permitirá la entrada a los árabes, porque todos parecen terroristas.

Aquí, en vez de repartir estopa, se quieren repartir contratos de integración. Por fortuna, aún no ha saltado a la arena ningún temerario Alemanno, aunque no hay que rasgarse las vestiduras ni perder las esperanzas. Todo se andará. De momento, una adhesión inquebrantable a las buenas costumbres españolas y valencianas, parece suficiente. Pero, ¿cuáles son las buenas costumbres españolas y valencianas?, ¿las de Rajoy?, ¿las del señor Rouco?, se preguntaba Pérez Rubalcaba en el primero de los supuestos, es decir, en el de todo el territorio. ¿Las de Camps?, ¿las del señor García-Gasco?, me pregunto, en el segundo de los supuestos, es decir, en el autonómico. Seguro de que, con esos modelos, muchos aborígenes no estampaban su rúbrica en una adhesión tan extravagante ni a punta de pistola. ¿Cómo se le va a exigir tanto sacrificio a un inmigrante? Los sindicatos, el Primero de Mayo, ya le dedicaron pedorretas al Consell por tanto desatino. Acaso el Consell que toca a Alemanno con sordina, ¿también tiene fusiles calientes? Pues ya sabe.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_