_
_
_
_
Reportaje:DVD

La dinamita del diablo

La del 58 fue una excelente añada para el cine. Vincente Minnelli dirigió Gigi con Leslie Caron, Deborah Kerr se encumbró un poco más con Buenos días, tristeza, de Otto Preminger, y la España franquista que dormía en su lecho de plomo apostaba por la esquizofrenia: Vértigo, de Alfred Hitchcock, tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de San Sebastián y la gente silbaba por la calle la melodía que Augusto Algueró compuso para Las chicas de la Cruz Roja con Conchita Velasco como la sensación del momento. Pero, apenas sin ruido, amparándose ya en los circuitos nacientes del arte y ensayo, lejos del amparo de los Estudios Universal, se estrenaba el 23 de abril en Los Ángeles, California, Touch of Evil (Sed de mal), una película de Orson Welles llamada a ser para muchos el final de la época dorada del cine negro y para muchos más la semilla naciente de una nueva y adictiva forma de hacer cine.

'Sed de mal' obró el milagro de un reparto tan extraño como imperecedero. Personajes que permanecen en la retina para siempre

Whit Masterson es por entonces una celebrada pareja de escritores (Robert Wade y William Miller) a sueldo que se especializaban en escribir novelas baratas (pulp fiction) a la sombra de los productores y que venían de publicar una novelita, Badge of Evil, que fue adquirida rápidamente por Universal. Hollywood vivía la bonanza de la situación económica y quería conquistar a la pujante clase media que empezaba a consumir casi con el mismo entusiasmo automóviles, electrodomésticos, publicidad, cine y rock& roll. Era el momento de Frank Sinatra, de Buddy Holly y Elvis Presley, de la fundación de la NASA, del auge de los pintores pop como Lichtenstein o Rosenquist... Un momento social como siempre muy alejado de las vísceras de Orson Welles, ese Ogro del siglo XX que mantenía su peculiar manera de luchar para hacer las cosas a su manera, una manera excesiva, con muchas libras de personalidad y una indómita rebeldía ante cualquier imposición y que regresaba como el hijo pródigo a Hollywood donde no había estado desde los tiempos de Macbeth (iniciado en 1947, concluido en 1950).

Sed de mal tuvo, como todas las películas que tocaba Welles, una extraña peripecia y sobre todo un alumbramiento difícil que preludiaba su raza de filme dinamitero, de producción sudorosa, de enfermiza obsesión en cada luz y encuadre. La frontera mexicano-estadounidense dibujaba por su parte la ambición psicológica necesaria para que el brutal choque de culturas, el odio racista y la deriva de sus muchos personajes convirtiera la producción en un polvorín. Welles se salió casi siempre con la suya a costa de un tour de force que gravitaba sobre sí mismo debido a su doble papel de director e intérprete del inolvidable policía corrupto Hank Quinlan, un personaje seminal que tendría tanta descendencia en el cine contemporáneo que justifica su brutal corpulencia. En el otro lado del set, aparecía extrañamente el recientemente fallecido Charlton Heston en un extraño papel criminal para la persona que Cecil B. De Mille, sobre todo después de Ben-Hur y Los diez mandamientos, había acuñado como la moneda norteamericana de la gran pantalla. Heston, sin otra razón aparente, aceptó trabajar en un proyecto modesto con el hombre que había dirigido Ciudadano Kane.

A las estrellas de Universal como Heston o Janet Leigh, que ponía el contrapunto de rubia americana entre tanta barbarie, Welles incorporó como siempre y en el último minuto a unos secundarios de muchos quilates: Marlene Dietrich en el papel de Tana, Joseph Cotten en el de médico y Akim Tamiroff en el de Grandi. También tiró de la televisión naciente y confió a una de sus estrellas de serial, Dennis Waever, el papel de portero de noche en el Hotel Mirador. Pese a que la película pasará a la historia por la enorme tensión entre Hank Quinlan y Ramón Vargas, Sed de mal obró el milagro de un reparto tan extraño como imperecedero. La película se vuelve a ver muchas veces y no pierde frescura debido a esa facultad del viejo zorro: personajes que aparecen un minuto como Zsa Zsa Gabor pero que permanecen en la retina para siempre.

Mientras se celebra el medio siglo de Sed de mal (en España se estrenó en 1962, cuatro años más tarde), aparece por primera vez en formato DVD en nuestro mercado otra película con el inmortal sello Welles, Mr. Arkadin, un título que parece menor dentro de su inmensa filmografía (poblada de obras incompletas, documentales y series de televisión, eclipsada toda ella por el peso de Ciudadano Kane) pero que vista hoy ofrece otra portentosa caracterización del monstruo de Wisconsin. Mr. Arkadin, también llamada Confidencial Report, enseña de nuevo las turbulencias de Mr. Welles con los productores de medio mundo en busca de fondos para sufragar un rodaje multinacional y que no sabemos si de verdad su versión final sería del agrado de un hombre que en los tres años de vaivenes que duró su delirante gestación tuvo tiempo para emprender las audiciones de Don Quixote, hacer una serie de televisión para Inglaterra, casarse con la actriz Paola Mori y mandar a tomar viento su sociedad con un apenado Louis Dolivet. Curiosamente, después de Mr. Arkadin, Welles desplazó sus arrobas a América para Touch of Evil pero no tardó mucho en regresar a Europa, sobre todo a esa España franquista en la que dejó muchos amigos, varios pufos y forjó nuevas aventuras andantes a semejanza de su gran héroe de acción Don Quijote. Con todos los avatares que se quiera, merece la pena ver hoy la descomunal caracterización de Van Stratten y los recovecos diabólicos de su mala memoria. Debe ser una especie de síndrome polaco de la trama, pero a mí me parece que en esa película nació Roman Polanski.

El hombre que amó a Rita Hayworth y que soñó Rosebud, el hombre que en su delirio quiso robarle el alma a Shakespeare y a Cervantes, el hombre que asustó a América con La guerra de los mundos, el hombre que vislumbró la modernidad de las series de televisión, puede como poca gente del cine (él decía que Ford y Ford y Ford, así, tres veces) sentarse en un combo del Olimpo y seguir haciéndole la vida imposible a la gente de la industria que todavía le añora. Una última recomendación: si visitan Los Ángeles no olviden dar un paseo por Venice. Algunos escenarios de Sed de mal siguen intactos. En uno de ellos vive Anjelica Huston. Su padre era muy amigo de Hank Quinlan. -

Sed de mal. Orson Welles. 1958. DVD. Universal. Mr. Arkadin. Orson Welles. 1955. DVD. Avalon / Filmoteca Fnac. Orson Welles en acción. Jean-Pierre Berthomé y François Thomas. Akal, 2007. 545 páginas. 45 euros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_