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¿La fiesta del 'precariado'?

Joan Subirats

Hace ya años, la Fundación Friedrich Ebert, vinculada al partido socialdemócrata alemán y para nada susceptible de ser tachada de radicalismo alternativo, publicó un estudio, Sociedad en proceso de reforma, en el que utilizaba el término Prekariat para referirse a los grandes cambios que se estaban produciendo en un mercado de trabajo que ha ido transformando a los asalariados estables en trabajadores permanentemente en precario. Si buscamos en fuentes autorizadas, encontramos "inseguro, apurado, escaso,... se aplica a la manera de estar en un cargo o situación cuando no se está con plena seguridad o derecho" (Diccionario María Moliner). El término había sido ya utilizado por un grupo de activistas italianos vinculados al movimiento libertario y fue después popularizado a través del Fórum Social Europeo. Hoy la expresión nos recuerda la proliferación casi estructural de formas de vinculación laboral que poco tienen que ver con lo que conocíamos en plena época fordista.

La precariedad no se regularizará sin trabajar en la transformación del sistema que la ha generado

Hace pocos días la consejera de Trabajo, Mar Serna, expresaba, con razón, sus temores ante una progresiva dualización del mercado de trabajo. No hay duda de que España ocupa el primer lugar en Europa en el número de trabajadores temporales. Hace un par de años, un estudio de ESADE (Ana Laborda) informaba de que si bien tenemos uno de cada 10 trabajadores de la Unión Europea, concentramos uno de cada cuatro de los trabajadores temporales. No descubrimos nada si examinamos el muy desigual nivel de sindicación que se da por sectores, por edades o por orígenes, lo que sin duda redunda en diferentes niveles de protección. En efecto, los sindicatos han visto debilitada su presencia en las nuevas formas de contratación, por el incremento de las llamadas formas especiales de empleo y la inestabilidad y la movilidad que ello comporta para los trabajadores, por la disgregación de los colectivos de trabajo, por la rotación contractual, el miedo a la no renovación del contrato en caso de mostrar voluntad reivindicativa y también por lo difícil que es incorporar sindicalmente a los trabajadores precarios en un contexto de crisis de las garantías colectivas en el mundo del trabajo. Hemos asistido a una lenta pero persistente revisión del modelo de empleo "para toda la vida" con contrato indefinido a tiempo completo y de las carreras de larga duración en el seno de las empresas, un modelo que prometía una movilidad social ascendente. Hoy es la progresión constante de las llamadas "formas flexibles de empleo" lo que caracteriza el nuevo acceso en el mercado de trabajo. No es, pues, extraño que hayan ido apareciendo formas de lucha de los colectivos más vulnerables (trabajadores de comida rápida, del comercio o de la limpieza, becarios...), con estructuras que incluyen afiliados y no afiliados, mezclando sectores y organizaciones. Sin duda, los sindicatos han de ir incorporando esas nuevas realidades, evitando el enquistamiento que puede provocar la propia fuerza interna de colectivos muy sindicalizados y asimismo muy protegidos de la temporalidad.

Hay muchas formas de precariedad. La brevedad del contrato, la constante rotación de tareas, la desconexión entre formación y empleo, con la infravalorización que ello supone, y la frecuente combinación de temporalidad y bajos salarios se mezclan de manera muy diversa. Todo ello genera que bajo el paraguas de la precariedad podamos encontrar tanto personas con formación de posgrado relativamente satisfechas por la flexibilidad que tienen a pesar de la temporalidad de sus vínculos, junto a aquel otro que siente frustración por recibir un salario casi mínimo cuando contaba con una formación que le había generado otras expectativas, y junto a ellos, un inmigrante con contratos de semana en labores de construcción o limpieza, y un joven que sirve en una hamburguesería o está en la caja de una cadena de supermercados. Todo ello agravado por razones de sexo, de edad o de origen.

Los alemanes hablan de una combinación de resignación y de falta de expectativas cuando se refieren al abgehängtes Prekariat, una especie de precario dependiente o desconectado que, a pesar de la aparente contradicción que encierra la expresión, muestra la idea de exclusión y de ruptura de futuro que todo ello puede encerrar para quienes menos recursos formativos tengan para resistir esa flexibilidad sin seguridad. Antiguamente, el precario era aquel que rezaba (del latín prece). Seguramente, hoy la gran cantidad de precarios que pueblan nuestras ciudades, sea porque trabajan con contratos temporales, sea porque están endeudados de manera muy notable y son por tanto muy vulnerables ante el futuro, mantienen esa parte de esperanza, de fe, pero también de impotencia, que deja en manos del externo al que se reza la propia suerte. En este capitalismo financiero, mucho más interesado por el consumo que por la producción, el precariado empieza a ser algo existencial y por tanto generalizado. Se esta convirtiendo en una condición estructural que refleja la nueva relación entre capital y trabajo inmaterial, y de esta manera se extiende a ámbitos no estrictamente laborales, afectando tanto a los que ya son precarios como a aquellos que pueden serlo. Será preciso buscar nuevas respuestas políticas a esa nueva realidad estructural. Es cada vez más difícil valorar la labor de personas que desempeñan trabajos de fuerte contenido inmaterial, e incluso la propia definición de productividad se complica. Por ello, se refuerza la idea de una renta básica como garantía mínima, que logre recuperar la idea que la nueva productividad depende más de la cooperación que de la jerarquía y de la competencia. No basta con regular la precariedad si no nos planteamos trabajar en la transformación del sistema que la ha generado.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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