Obama 'for president'
Los medios informativos y la sociedad estadounidense, tan propensos al espectáculo, tienden a dramatizar la actual situación de división interna del Partido Demócrata en la idea de que los buenos shows deben continuar. El último capítulo de esta serie entretenidísima, con las primarias en el Estado de Pensilvania y las nueve siguientes consultas, asegura el suspense hasta el final como en las buenas películas.
Las diferencias y encontronazos entre Hillary Clinton y Barack Obama, recrudecidos en las últimas semanas, han determinado el escenario y la escenografía a la que parece estar abocado el partido del asno hasta el próximo mes de agosto. Y como el asno, por ser testarudo, tiende a repetir la historia, la convención de agosto de 2008 puede recordar a la de 1960, en la que Lyndon B. Johnson y John F. Kennedy, dos candidatos de peso en empate técnico después del proceso de primarias y con un tercero como Hubert Humphrey sin posibilidades, intentaban ganar el apoyo de las grandes figuras del aparato demócrata, Adlai Stevenson y Harry Truman, para decantar a su favor la nominación. Los superdelegados, la aristocracia, las élites políticas, ahora y siempre -como señalaban los teóricos Vilfredo Paretto y Gaetano Mosca-, tienen influencia en el proceso político incluso cuando no dicen nada o están dormidos.
¿Comprenderá el Partido Demócrata que Obama es su mejor baza frente a McCain?
EE UU no está listo para un presidente negro con vicepresidenta
Las convenciones demócratas parece que las carga el diablo. Es muy acertada la descripción de Arthur Schlesinger Jr., una de las referencias del constitucionalismo americano, cuando en su obra A Thousand Days -Los mil días de Kennedy, en la traducción castellana- describe la convención como "un fenómeno demasiado volátil e histérico para hacer una evaluación exacta. Todo ocurre a la vez y en todas partes, y todo cambia con gran rapidez. La gente habla demasiado, fuma demasiado, bebe demasiado, corre demasiado y duerme demasiado poco. La fatiga tensa los nervios y produce pánico y susceptibilidad a los rumores. En aquel momento todo es borroso".
Al final en las votaciones discutidas e igualadas de la convención, como ya ocurrió en 1912, en 1924 y en 1960, por encima de los compromisos previos, los delegados y superdelegados siempre votan al final al caballo mejor colocado en la carrera frente a los republicanos.
Los dos candidatos embarcados en esta larga y competida carrera electoral de 2008, jugarán sus bazas con las distintas delegaciones presentes en la convención y ganará, como parece indicar la historia electoral en estos casos de empate técnico, la candidatura que sea capaz de aprovechar su impulso exitoso y proyectarlo hacia el futuro. Efectivamente, ese ímpetu gana
-dor que tanto gusta a los estadounidenses es el que acaba por imperar.
Sin embargo, la resaca viene después con las concesiones necesarias para encontrar un buen vicepresidente y para intentar cerrar las divisiones y las disensiones vividas dentro del partido. El acuerdo contra natura entre los candidatos enfrentados que siempre ha dado tan buenos resultados balsámicos para los demócratas en otras situaciones similares -el ticket Kennedy y Johnson es un buen ejemplo- en el caso Clinton-Obama de 2008 parece un espejismo.
El mundo se pregunta si el sistema y la sociedad estadounidenses se encuentran preparados para asumir el reto que supone tener un presidente negro. En este mismo orden de ideas, hay escepticismo respecto a que el electorado opte por una mujer como presidenta. Pero lo que no me cabe la menor duda es que Estados Unidos, en el momento actual, no se encuentra sociológicamente tan avanzado como para asumir ambas cosas de forma simultánea. Tener una presidenta con un vicepresidente negro, o un presidente negro con una vicepresidenta, parece demasiado, incluso para ese cuerpo electoral.
Frente a Hillary Clinton, Barack Obama es más difícil de encuadrar en las generalizaciones sociológicas que se suelen realizar del electorado estadounidense. Es un político que está fuera de la normalidad de Washington, en su origen, en su formación, en su renovado idealismo. Distante de otros presidentes como Bill Clinton e, incluso, de otros candidatos como J. F. Kerry o John Edwards. Un político que fundamentalmente encarna la superación de la generación anterior de la que forma parte la propia Hillary.
El supuesto error electoral de Obama en Pensilvania hablando de los amargados desempleados rurales que se aferran como último recurso a las armas y a todo tipo de religiones, puede ser achacado a su falta de madurez o a la directa sinceridad de un político que lleva mal el exagerado fingimiento y el discurso calculado de siempre.
El principal valor político y electoral de Barack Obama es que representa la desconfianza de las generaciones más jóvenes por la vieja forma de hacer política. Ello explica que sea el candidato que ha reunido un mayor apoyo electoral en los menores de 35 años en la historia reciente de Estados Unidos.
Obama puede ser el primer presidente de una nueva generación. Y ello por su vitalidad, su modernidad e incluso sus grandes dudas a la hora de adoptar decisiones, que le imprimen espontaneidad; sin olvidar sus referencias críticas hacia su propio partido, el poder de Washington y el papel jugado por Estados Unidos en el mundo, especialmente después del 11 de septiembre de 2001. Un nuevo líder, en la búsqueda de una nueva doctrina para un nuevo tiempo. Podría ser el primer presidente de la era global.
Todas estas cualidades reflejan una atractiva personalidad y, sobre todo, a un político de nueva hechura y factura. Una nueva oportunidad para el idealismo americano después del corsé neoconservador de los últimos ocho años. Un candidato capaz de superar los enfrentamientos derivados del encasillamiento electoral del color o condición porque con una apariencia exterior de serenidad y calma, expresa con seguridad sus argumentos, con un novedoso desarrollo, gran capacidad de improvisación e incluso con el ahogo de sus palabras en los momentos cumbres de sus discursos.
Éstas son las cualidades de frescura, espontaneidad y sinceridad que pueden vencer a un McCain, con mucha experiencia, mucha historia pasada envuelta en un nuevo discurso pero cuyas soluciones son las viejas.
Probablemente, Barack Obama es el único caballo demócrata con posibilidades para ganar este gran derby electoral de 2008 y por ello puede salir victorioso después de esta larga y agotadora batalla.
Gustavo Palomares Lerma es profesor de Política Exterior de los Estados Unidos en la Escuela Diplomática de España y catedrático europeo en la UNED.
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