Otros cines en el cine
Incrustar en el pantallazo de la sala oscura contenidos que no son cine puede parecer un sacrilegio, y lo es en cierto modo, pero no son tiempos de duda, y hay que buscarse la vida. Todo sea por la pasta. Incluso bajo el honorable pretexto de "¡Viva la cultura!". Aseguraban los bardos gallegos de Golpes Bajos que los de ahora son malos tiempos para la lírica. No será para tanto, cuando la lírica, en boca de gente solvente como Rossini o Monteverdi, se ha colado de repente entre el gentío, y no precisamente en el todavía minoritario contexto de un teatro a la italiana poblado de corbatas y coiffures, sino en el ámbito campechano, jeans y palomitero de las salas de cine. Los exhibidores saben lo que se hacen o, mejor dicho, saben lo que se harán. Y, sobre todo, lo que no se harán. Por ejemplo, prolongar por más tiempo la muerte lenta de la sala oscura como ancestral y amado cinexin de deseos, alegrías y tristezas.
Podemos ponernos -y nos ponemos- todo lo románticos que queramos, pero la gallina de los huevos de oro ya no es la que era. Ahora los huevos dorados caen con cuentagotas, Spielberg, Almodóvar, superhéroes de Hollywood y poco más. Ya no se puede sostener una industria que año tras año va haciendo agua. Ejercicio tras ejercicio, los dueños de las salas de cine españolas constatan una caída cercana del 7% anual en la asistencia. La gente, bien es cierto, ve cada vez más cine. Pero es un hecho que lo hace desde las ventanas domésticas que suponen el DVD y las descargas de Internet. Las salas se quedan sin público. Los dueños de los cines se quedan sin balance. Y los cines (algunas cadenas están en ello) se llenan de ópera en directo, rock, concursos de videojuegos y -tiempo al tiempo- fútbol y toros.
Pero tampoco hay que ponerse estupendos. Si los Picapiedra ya se asomaban al mundo desde una tele de granito y el ordenador Hal 9000 masacraba desde su pantallita a los astronautas de Kubrick en 2001, una odisea del espacio... ¿a qué andar con remilgos en el uso de nuestros artilugios y nuestros formatos? Otra cosa es olvidar a McLuhan. No vaya a ser que, si el medio es el mensaje, se vaya al cine más por la palomita que por el do de pecho...
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