Intrigas de posguerra
Usar la historia como fuente de información para una posterior transformación literaria ya lo había hecho Javier Reverte (Madrid, 1944) en su trilogía sobre Centroamérica (Los dioses debajo de la lluvia, El aroma del copal y El hombre de la guerra) y en La noche detenida. Está convencido de que así se salva la verdad histórica, acudiendo a la verdad estética. En su nueva novela, Venga a nosotros tu reino, se repite la operación. Lo explica en el epílogo (texto que el mismo autor ruega que no se lea hasta acabar la novela si no se quiere precipitar su desenlace). Nos detalla allí Reverte -escritor también de libros de viaje como El sueño de África, Corazón de Ulises y El río de la desolación- la materia histórica verificada y la porción conjetural. Incluso nos cuenta las infructuosas pesquisas para llegar hasta el meollo del asunto.
Venga a nosotros tu reino
Javier Reverte
Areté. Barcelona, 2008
526 páginas. 22 euros
El argumento, por tanto, se mueve entre lo que aconteció realmente (dos curas polacos que fueron descubiertos en Barcelona durante la década de los cincuenta por la tenebrosa policía político-social, "la social", en su afán de vincular el partido comunista con los sectores más progresistas del cristianismo español) y lo que Reverte no pudo averiguar. Esa laguna la llena el autor con la imaginación.
Venga a nosotros tu reino se divide en quince capítulos. Pero de manera más implícita, el relato tiene tres focos de desarrollo novelístico. Uno es el que transcurre en Madrid. El otro, en la memoria del héroe de la novela, Stefan, en su Polonia natal y, más exactamente, en la Varsovia ocupada por los nazis. Y en el tercero asistimos a un romance clandestino. En el primer foco, Reverte se desenvuelve con soltura. Acierta en el dibujo de la trastienda política: en las maquinaciones del obispo de Madrid, en el perfil chulesco y corrupto de un régimen que está en pleno proceso de liquidación del falangismo de primera hora para suplantarlo por el predominio absoluto del dictador.
Es en los dos restantes donde Reverte repite algunos de los errores ya cometidos en La noche detenida. Los diálogos parecen encorsetados por su afán de pedagogía, faltos de naturalidad. La relación entre los jóvenes amantes se muestra lastrada por un lenguaje erótico que no pasa de "los labios carnosos", de "las pantorrillas bonitas y redondeadas" y otros lugares comunes por el estilo. Además de confundir en esta materia la elipsis con la velocidad inverosímil del "aquí te pillo aquí te mato". Las descripciones de la ocupación nazi en Varsovia insisten en fórmulas que pueden resultarnos como un resumen de descripciones similares leídas mil veces. El Holocausto es mencionado con un claro propósito de allanar el camino de la emotividad más epidérmica. Pero uno se queda como si nada. Y para terminar, cómo es posible que en una novela se pueda leer lo siguiente (sin que nadie en la editorial lo corrija): "Dicen que la orden de Hitler era ejecutar a todos los varsovianos y varsovianas". Ya lo dice la expresión: lo correcto en política. ¿Pero también en la ficción? -
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