Un acierto chileno
La cuidadosa integración de un campo de golf y un barrio residencial de Santiago de Chile en un renovado entorno logra un ejemplar desarrollo urbanístico
El desplazamiento contemporáneo del quehacer arquitectónico -del diseño de edificios al de la ciudad- ha acarreado, salvo contadas excepciones, un ostensible y reconocido deterioro de su rango artístico y jerarquía social. Rebajada a subsistir culturalmente como caso excepcional, referente profesional o acontecimiento mediático, la obra arquitectónica ha debido arrear su significación pública como consecuencia de la brutal masificación inmobiliaria producida por los voraces procesos de urbanización experimentados en las últimas décadas, una lamentable realidad que se comprueba, sea en el incontenible desborde de la marginalidad urbana, como en las variantes que acontecen en la cancerígena explosión de las metrópolis en el mundo de los países pobres, una incruenta realidad cuyos infortunados paradigmas son São Paulo, Lagos, Mumbai (Bombay), Ciudad de México, Shanghai, Caracas, Lima y tantas otras.
En este reducto parecen converger inesperadamente los ideales de Ebeneezer Howard, Owen Williams, T. Garnier o Le Corbusier
De allí que una singular experiencia ocurrida en este sentido en Santiago de Chile resulte excepcional e interesante. Producto de la fortuita concurrencia de circunstancias aleatorias a las motivaciones -por lo general, mercantiles o políticas- que en la actualidad suelen determinar los cambios del crecimiento urbano, la transformación experimentada en pocos años en un privilegiado sector próximo a un campo de golf, sembrado de grandes casas y chalets formando un entorno pintoresco, ha renovado muy exitosamente aquel paisaje, modificando sustancialmente la magra densidad de su preexistente raíz urbana, en el conglomerado de multifamiliares y torres de oficinas que, milagrosamente, no sólo han logrado preservar el carácter bucólico del barrio preexistente, sino cargarlo de un sentido arquitectónico económica y emocionalmente estimulantes.
En efecto, recorrer en la actualidad el entorno de la pequeña plaza de Los Leones, un minúsculo espacio urbano que anuda el dinamismo vial de dos de las arterias principales de Santiago -las avenidas de Apoquindo e Isidora Goyenechea- con el contorno bucólico de un gran campo de golf que las roza a una corta distancia, produce la inusual sensación de un logro arquitectónico concertado y audaz, lo que sugiere la grata convergencia de los factores que suelen invocarse en teoría respecto a las virtudes del urbanismo democrático y gregario: la coexistencia armónica entre la alta densidad de la edificación y un marco peatonal formalmente coloquial y mesurado; un orden volumétrico concertado y continuo; un tratamiento arquitectónico armonioso y cordial; un paisajismo urbano acogedor y amable, un manejo de escala que otorga al ciudadano el papel protagónico desde el punto de vista de los senderos y la jardinería, y un manejo integrado de calzadas y accesos que confiere a la calle un sentido gregario cordial y deferente.
En este vecindario la inclusión fortuita de una docena de edificios sembrados a destajo y según la disponibilidad del mercado existente, imperceptiblemente ha suscitado ese orden ideal y armonioso que acabo de reseñar. Indiscutiblemente el que un solo arquitecto -el chileno Borja Huidobro- los haya concebido constituye el factor de mayor peso para explicar el grato marco arquitectónico que hoy distingue a la zona, y la empatía entre la obra construida y su infraestructura vial y paisajista. Porque los edificios, pese a introducir en el marco doméstico, ralo y pintoresco del barrio de Los Leones la corpulenta escala de torres empinadas, al hacerlo hilvanándolas con el holgado marco de los parques, jardines y calles circundantes no ha quebrado el carácter sosegado y pintoresco propio del vecindario, sino que lo ha transmutado a un orden mayor, igualmente fluido y coloquial. Esa continuidad se da debido a que el manejo de los lotes privados ha sido concertado con la exigencia pública de tramar con la calle un flujo peatonal que integra al conjunto, borrando así los límites entre la propiedad privada y la pública. Es a este criterio que responde obviamente el modelado volumétrico de edificios y la instrumentación de parques intermedios dentro de los terrenos de propiedad privada, con senderos que ligan calles concomitantes y a una jardinería que aliña amablemente los recorridos públicos. No menos concordante es, por cierto, el carácter de la arquitectura entre los edificios; una concertación que aunque podría atribuirse a la simple razón de haber sido creada por el mismo arquitecto, resulta desmentida por el diseño propio de cada uno, ya que aunque entre ellos se da una continuidad formal y tectónica, difieren respecto a sus formatos, criterios urbanísticos, detalles y acabados. Se forja entre ellas un espíritu amable que, asociado a la forma como se ha manejado el marco peatonal y el orden paisajista, sugiere el esbozo de un carácter armónico para todo el conjunto.
Esta concomitancia es también consecuencia del modo inteligente con que el ayuntamiento ha sabido acoger la gradual mutación que respecto al barrio del antiguo de Los Leones supuso la inserción de una modernidad que, siendo muy elocuente, ha buscado insertarse con sensibilidad y tino. Cierto es que esta empatía lograda entre las normas vigentes para el sitio, la propia arquitectura urdida por Huidobro, y el manejo sagaz pero también resuelto y poco convencional de la imbricación entre el marco privado que atañe a los lotes y el contexto público de las calles y parques, ha sido conducido con acertada audacia por el estudio A4, el grupo arquitectónico que integran Cristian Valdivieso, Sebastián di Girolamo y Germán Zeger, cuyo trabajo asocia con clara habilidad una capacidad profesional y técnica responsable y diestra, con una sensibilidad afinada y resuelta para interpretar los aciertos formales de la obra de Huidobro, su implantación física y las normas urbanas vigentes en la zona. De esta sintonía fluye la evidencia tan singular y grata de que en este rincón de Santiago de Chile en los últimos años ha venido surgiendo un sentido urbanístico forjado en armonía con la ineludible necesidad de tener que transformar un formato doméstico obsoleto, preservando el carácter amable y bucólico propio del vecindario. Paradójicamente la realización de este ideal teórico de la modernidad es aquí consecuencia de una sintonía forjada hábilmente entre una conducción audaz e inteligente de la obra arquitectónica y un manejo atinado de las expectativas del lucro comercial, y de las exigencias del marco normativo aplicable al lugar. La manera fortuita como esta evolución ha venido ocurriendo urbanísticamente le da a este proceso un carácter casual, un valor instintivo que en ese sentido se aparta claramente del régimen pautado, predispuesto y rígido al que habitualmente responde el crecimiento de la ciudad actual. Allí en Los Leones, en Santiago de Chile, en la arquitectura hermosa y comedida concebida desde un París distante (y probablemente a través de la memoria nostálgica con que Borja Huidobro recuerda a ese barrio), y a la deferencia y docilidad con que el grupo A4 ha sabido implantarla, parece comprobarse que no es al fin y al cabo imposible lograr el equilibrio ideal que la arquitectura aspira a dispensarle a la cuidad moderna. Porque aquí en este reducto de Santiago de Chile parecen converger inesperadamente los ideales de Ebeneezer Howard, Owen Williams, Tony Garnier, Le Corbusier y el CIAM, no como imposición de la arrogancia culta que hay en la Ville Radieurse, la Cité Industriel o la Ciudad Jardín, sino mediante una deferencia dócil y concertante.
Cierto es que esta experiencia atañe a un vecindario opulento y, por tanto, menos complejo que los sectores pobres que ahora predominan en las grandes metrópolis. Sin embargo, este rostro podría ser positivo si, como se dio igualmente en la experiencia que forjó las ciudades del siglo XIX, los patrones en función de los cuales nació posteriormente la arquitectura pública del orden democrático surgiera similarmente de experiencias gestadas en el seno afluente de sectores pudientes, para luego mutar a formatos acordes con la mayor demanda de los segmentos de menores recursos. Ojalá este ejemplo aporte al planeamiento y a la gestión política de la ciudad moderna un espíritu crítico que lleve a ponderar los criterios abstractos, principalmente técnicos, escasamente cultos o muy poco humanísticos que en la actualidad rigen el desarrollo de ciudades y barrios. La imagen dominante, casi siempre caótica, violenta o insegura que actualmente proyectan nuestras grandes metrópolis no es estimulante. Ella es al fin y al cabo la cara manifiesta del orden democrático. La obra de Huidobro en Santiago de Chile brinda un muy buen motivo para reexaminarla.
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