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Guerra por el poder en el PP
Columna
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Aguirre y los medios

José María Ridao

Las últimas intervenciones de Mariano Rajoy ante los militantes de su partido han confirmado que los populares se enfrentan a una lucha descarnada por el liderazgo y, también, a una decisión trascendental sobre el futuro de la derecha en España. Por el momento, no se trata de un debate ideológico, como se empeña en repetir la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Se trata, por el contrario, de una opción inaplazable sobre dos formas de conducir la acción política.

Aguirre se remite a los grandes principios, a una pomposa "batalla de las ideas", en la que las ideas son pocas y la batalla, ruidosa, para ocultar cómo está traduciendo sus creencias en la comunidad que gobierna. El liberalismo de Aguirre ha consistido hasta ahora en abrir un espacio creciente al sector privado dentro de los servicios públicos. Pero no tanto como fórmula para mejorar su eficiencia o para garantizar la universalización de algunos derechos, como la sanidad y la educación, sino como ardid para desactivar uno de los fines más importantes del Estado de bienestar, como es promover la igualdad de oportunidades. La sanidad y educación que apoya Aguirre con grandes gestos de propaganda, entre los que se incluyen inauguraciones de pega, sólo sirven de coartada para promocionar la sanidad y la educación que ella prefiere, la privada. De ahí que los hospitales y escuelas públicas gestionadas por la Comunidad de Madrid se estén convirtiendo, poco a poco, en variantes autonómicas de las casas de caridad, a las que sólo acuden los inmigrantes y los ciudadanos con rentas más bajas. El liberalismo que invoca la presidenta puede acabar condenándolos de por vida a un circuito social de segunda división.

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Resulta sorprendente comprobar que la confianza de Aguirre en el sector privado cesa de inmediato cuando, en lugar de la sanidad o la educación, se refiere a otra esfera del sector público: los medios de comunicación. El control de su Gobierno sobre la televisión autonómica es absoluto, puesto que la deliberada confusión de la información con la propaganda y el adoctrinamiento no parece repugnar al liberalismo que dice profesar Aguirre. Para un ciudadano que sólo conociera la actualidad a través de Telemadrid, el doctor Montes no sería otra cosa que un asesino en serie al que, sin embargo, la Justicia no ha logrado poner entre rejas; la Iglesia española estaría sometida a una persecución fanática y el Gobierno de Zapatero seguiría preparando entre bambalinas la reanudación de las conversaciones con los terroristas, ante los que ya habría claudicado. Para la creación de este enfebrecido espejismo dirigido a favorecer sus intereses, Aguirre cuenta, además, con la adhesión voluntaria de algunos sectores de la prensa escrita y radiofónica que piensa que su tarea no consiste en informar, sino en instalar y derrocar Gobiernos.

Es pronto para saber si Mariano Rajoy conseguirá imponerse, no en esta sobrevenida "batalla de las ideas", sino en la guerra sin cuartel sobre la manera de conducir en el PP la acción política. Luego se sabrá además, si es que logra mantener el liderazgo, cuáles serían esos principios sobre los que pretende recomponer la derecha en España después de la nueva derrota del 9 de marzo. Entretanto, y mientras se siguen desarrollando las escaramuzas internas en el Partido Popular, algunos territorios distintos del político se están viendo afectados por el enfrentamiento entre Rajoy y Aguirre. Cediendo, sin duda, al influjo de la promiscuidad malsana entre algunos medios de comunicación y algunos partidos durante estos años de crispación, se suele destacar que Rajoy está perdiendo el apoyo de los sectores mediáticos que han jaleado la estrategia más extremista del PP. Pero, junto a este hecho incuestionable, existe otra perspectiva a la que no se presta mayor atención: al mismo tiempo que Rajoy pierde el apoyo de algunos medios, esos medios están perdiendo al dirigente que redimía su sensacionalismo, su condición de prensa amarilla, por la vía de introducir sus delirios en la agenda política y en las instituciones del Estado. Baste recordar que, gracias al PP, el culebrón conspirativo en torno a los atentados del 11 de marzo llegó al Congreso de los Diputados, o que un simple artículo periodístico, por lo demás falaz, se convirtió en el principal argumento para intentar la recusación de dos magistrados del Tribunal Constitucional.

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Puede que Rajoy encuentre un serio obstáculo para revalidar su liderazgo en la desafección de los medios que han actuado como mentores del PP durante la última legislatura. Pero también esos medios, privados de un partido que dé traducción institucional a sus delirios, tendrán que enfrentarse a lo que son: prensa sensacionalista, que no distingue entre información y fantasía. El resultado del congreso del PP será el que sea, pero una de las claves de la crispación y de la política de trincheras ha quedado, finalmente, al descubierto.

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