Sin ladrillo no hay camareros
Las industrias asociadas a la construcción sufren la crisis
El rótulo de la plaza de Castellón en la que vive María es de azulejo. Las paredes de su cocina, también. Y el mayor de sus problemas es, precisamente, que cada vez se construyen menos cocinas y plazas. A sus 35 años, María Pérez se ha quedado sin empleo en la cuarta regulación de plantilla de su empresa, fabricante de cerámica.
María y su marido, Alejandro, contribuyeron durante nueve años a alicatar el horizonte español. Él -emigrado desde Cádiz como ella, siguiendo el brillo del azulejo- salió de la fábrica en la primera regulación. Eran tiempos generosos y consiguió emplearse en la competencia. Su mujer no lo tiene tan fácil ahora. Cada vez que se asoma por la ventana y descubre que ha dejado de girar una de las decenas de grúas que pueblan su barrio -que hace apenas seis años era un naranjal- se acuerda de su hipoteca. Ya ha decidido que ese crédito será la principal herencia de su hijo Adrián, de dos años, explica sonriendo. Con los 1.600 euros que reúnen al mes entre su paro y el salario de Alejandro, no pueden aspirar a pagarla mucho antes.
Desde su fábrica, María alicató el horizonte español. Ahora está en paro
La desaceleración se deja notar en Bailén, origen del 30% del ladrillo
CC OO: "Muchos que se enriquecieron quieren ahora que paguen los obreros"
El Gobierno anunció este jueves que los pisos habían perdido valor real en los últimos 12 meses por primera vez en una década. El colapso del ladrillo comienza a arrastrar a muchos negocios y empleos ligados a la construcción. La patronal de fabricantes de electrodomésticos anunció la semana pasada que sus ventas habían caído un 30% en el mes de marzo. En consecuencia, 6.000 trabajadores de fábricas de material eléctrico perdieron en el mismo periodo su empleo. En las tiendas de Castellón los dependientes ponen cara de póquer y dan fe de que el negocio no pasa por su mejor momento.
El Fondo Monetario Internacional ha recortado las expectativas de crecimiento de la economía española al 1,8%. Los seis bares que han prosperado a la sombra de las grúas, en la misma plaza donde vive María, no necesitan organizar un simposio internacional para concluir que algo no funciona. El camarero de Casa Chelo aplica un baremo microeconómico propio: "Mal aún no estamos, pero cada vez más gente se trae el bocadillo de casa". Un cliente brinda por el análisis desde el otro lado de la barra. Aconseja invertir en cerveza, único valor seguro. Acaba de quedarse parado, como otros ocho parroquianos del bar. Sumándolos a los del resto de la ciudad, en marzo se registraron 1.641 nuevos desempleados en la capital de la cerámica.
Los foros económicos aseguran que el secreto para sortear la crisis es la diversificación. Al otro lado de la acera, en Casa García, se han aplicado la receta. "Vendiendo lotería pasamos el bache", explican.
Diversificar es precisamente lo que no hicieron en Bailén, localidad jienense de 19.000 habitantes que produce el 30% del ladrillo español. La ciudad lleva décadas viviendo de la arcilla, y ahora se desvive por ella. A la fábrica en la que trabaja Francisco Cobos, de 37 años, se le ha juntado la crisis con la regulación de gases impuesta por el protocolo de Kioto. Su empresa afirma que no puede cubrir tanto gasto con la actual caída de precios, y ha planteado un expediente de regulación temporal. "Quiere decir que 20 padres de familia se van a la calle no se sabe cuánto tiempo, como mínimo ocho meses", traduce Francisco. El cuadro se repite en otras zonas, como en Valdecañas, capital de las puertas, o La Sagra (Toledo), el otro gran polo de las tejas y el ladrillo.
"Yo necesito algo ya. En el sector no se puede, así que busco de limpiadora o en la naranja", explica María. Volver a Cádiz no parece viable. A su cuñada, Helena, su jefe le anunció en febrero que a su puerta también había llamado la crisis. Tiene 34 años y desde hace ocho trabajaba en una promotora inmobiliaria. Ha vendido más de 200 apartamentos, a pesar de que ella todavía no tiene ninguno. Continúa viviendo con su madre, ahorrando su salario de mil euros para independizarse. Difícil, ahora que sabe que firmará el finiquito el día que venda el último de los 50 garajes que le quedan a su promoción. "Me harté de llorar cuando me lo dijeron. Estoy muy agobiada", relata con más rabia que resignación.
La palabra crisis no siempre convence a los trabajadores. "Hay muchos empresarios que están aprovechando la alarma para apretarnos las tuercas. En mi antigua fábrica quieren pasar de 1.500 a 200 empleados. Despiden, pero los que se quedan tienen que hacer horas extra", protesta María. Los sindicatos comparten sus suspicacias. Fernando Serrano, secretario general de la Federación de Construcción de Comisiones Obreras, se queja de que aprovechando la coyuntura, "muchos de los que han amasado fortunas desmesuradas pretenden que los obreros paguemos las locuras del mercado inmobiliario".
La alarma alimenta la crisis. Por eso las fuentes oficiales coinciden en que el problema es incipiente. Lo confirman en otro de los grandes observatorios de la economía nacional: las fábricas de cascos de obra. Alberto Pérez, propietario de una empresa zaragozana de distribución de materiales de seguridad asegura que nota "un poquito" la desaceleración. Ya se ha enfrentado a algún impago.
En la Plaza Elíptica de Madrid, las colas de inmigrantes que de madrugada esperan una camioneta de obra que los enrole confirman la proximidad de la crisis. Cada día más hombres se quedan en tierra, con las manos en los bolsillos, esperando a que amanezca. Se estudian unos a otros con ojos de estadístico del FMI; muchos de ellos son varones extranjeros poco cualificados, el parado tipo. Son los que más sufren la recesión: un 60% de los nuevos desempleados en marzo coincide con su perfil. Aun así, no pueden dejar de acudir a su cita con los negreros; el día que desistan será la prueba definitiva de la indigestión del ladrillo. De momento, la longitud de las colas que forman define la salud de la economía.
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