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Reportaje:MAYO 68 | Las pintadas

La elocuencia de las paredes

Fernando Savater

Muchas veces se ha dicho, en tono sigiloso, que las paredes tienen oídos. Pero habría que añadir a esa recomendación de cautela que en algunas ocasiones pueden tener también voz o al menos letra, sea buena o mala: hay paredes que cantan, amenazan, se burlan o celebran según el humor de quien las utiliza para comunicarse. Si nos atenemos a la crónica bíblica, el primero que hizo una pintada fue el mismísimo Jehová, siempre en vanguardia desde los orígenes del mundo. Utilizó para esta inauguración la pared del salón palaciego del rey Baltasar, justamente en el momento en que este monarca poco piadoso celebraba un concurrido banquete, y escribió con letras de fuego sin reparar en gastos: Mane, tekel, ufarsin. Naturalmente nadie lo entendió, pero los más despiertos comprendieron que era un negro indicio. La cosa acabó muy mal, como ustedes recuerdan.

Probablemente el género más antiguo de grafitos, después del teológico, es el pornográfico. En los muros de Pompeya que respetó el volcán se han encontrado muchos muy jugosos (recogidos en el tomo 41 de la Biblioteca Clásica Gredos), aunque la mayoría responden a pautas previsibles: "Me he jodido a la tía de la taberna", "El que suscribe, Suriano, dio por culo a Mevio", "Es una orden de tu carajo: hay que hacer el amor", junto al clásico y dulce "Teucro está enamorado". Por lo que se ve estas necesidades expresivas se prestan a pocas variaciones a través de los siglos. Algunos no se limitaron a las palabras y añadieron gráficos. En uno de sus ensayos, Montaigne deplora los colosales falos que solía encontrarse dibujados en las paredes de las letrinas porque, según él, inducían a las mujeres a hacerse indebidas ilusiones sobre el tamaño real de los miembros masculinos...

Desde luego, también las pintadas de índole política tienen larga historia: por ejemplo, en el siglo XIX los invasores franceses de Italia vieron repetida en las calles la leyenda "VERDI", que no sólo era el apellido del patriótico compositor sino las siglas de Vittorio Emmanuel Rey de Italia. Pero sin duda las más célebres entre nosotros siguen siendo las que fulguraron en las fachadas parisinas durante Mayo del 68. No sólo expresaban demandas políticas en el sentido tradicional del término, sino inquietudes más amplias y generosas o, por decirlo todo, poéticas. Fueron reivindicaciones de lo posible más allá de limitaciones normativas ("Prohibido prohibir"), denuncias humorísticas de la rutina establecida ("Corre camarada, el mundo viejo te persigue"), exigencias desaforadas de una transformación que desbordase la verosimilitud mutilada en que vivimos ("Tomad vuestros deseos por la realidad", "Sed realistas, pedid lo imposible", "La imaginación al poder"...). Subyacía a todas ellas el impulso hedonista como subversión de un orden basado en el aplazamiento y fragmentación del placer ("Gozad sin trabas") y la convicción de que nada cambia si todo se modifica para seguir existiendo igual ("Cambiad la vida, o sea transformad sus instrucciones de uso"). A veces surgían declaraciones estéticas de una antiestética heredera de las vanguardias ("El arte es una mierda") o manifiestos elementales de un surrealismo populista ("La poesía a partir de ahora está en la calle"). En algún caso, se recurrió directamente a la voz de un poeta ("He aquí que llega el tiempo de los asesinos", un verso de Rimbaud que brindó a Henry Miller el título de su conocido ensayo y que probablemente no se refiere al aumento de crímenes, frecuentes en todas las épocas, sino que celebra el regreso de los fumadores de hachís).

Es fácil hoy, casi obligatorio, denunciar la ingenuidad atroz de estos lemas y derogarlos como peligrosos si se los pone en práctica. Pues nada, aguarrás y a limpiar las paredes de Mayo o de la memoria. Quizá a eso se refería aquella pintada que leí no hace mucho en el muro de un edificio universitario español: "La esperanza es lo último que se perdió". Pero...

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