El chantaje del referéndum
En el grandioso marco del Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, los 27 líderes de los Estados miembros de la UE escucharon, el 13 de diciembre de 2007, en pie y respetuoso silencio el himno europeo. Después firmaron, bajo la bandera de las doce estrellas, el Tratado que lleva el nombre de la capital portuguesa y rescata buena parte de la Constitución Europea. Con este unánime gesto público los jefes de Estado y de Gobierno expresaban su adhesión a los símbolos que ellos mismos habían excluido del texto, so pretexto de calmar temores.
El Tratado emprendió el proceso de ratificación, difícil carrera de obstáculos con meta el 1 de enero de 2009. Hasta ahora, lo han ratificado nueve países: siete nuevos (Hungría, Malta, Rumania, Eslovenia, Bulgaria, Eslovaquia y Polonia), más Austria y Francia. Parece que el espíritu comunitario vuelve a ser juvenil. No obstante, el camino no es de rosas.
Para los extremistas, un solo 'no' es suficiente para paralizar de nuevo la Unión Europea
El 'sí', en Parlamento o referéndum, a la Constitución Europea goleó al 'no'
En Dinamarca y Suecia crece el debate, compartido por la Confederación Europea de Sindicatos, sobre las sentencias Laval y Rüffert del Tribunal de Justicia Europeo, y en Alemania es necesario enmendar la Ley Fundamental antes de votar la ratificación, con un posible recurso suspensivo ante su Tribunal Constitucional por violación del principio de subsidiariedad. Con todo, las batallas más duras se están librando en los países que no dieron el menor paso para ratificar la Constitución Europea. En Gran Bretaña, el Gobierno de Brown ha ganado el primer asalto en la Cámara de los Comunes, con la oposición frontal del Partido Conservador -miembro del Grupo PPE-, apoyado por el bombardeo sistemático de la prensa eurofóbica (en manos del australiano Rupert Murdoch y del canadiense Conrad Black, en la cárcel); el próximo asalto será en la Cámara de los Lores. En Polonia se ha triunfado sobre la feroz resistencia de los gemelos Kaczynski, pero queda la República Checa, que presidirá el Consejo el decisivo primer semestre de 2009 y donde está en el aire un recurso ante el Tribunal Constitucional que permitiría al eurofóbico presidente Klaus presidir la Unión.
En varios países se ha planteado la propuesta de aprobar por referéndum el Tratado de Lisboa, normalmente por los oponentes del mismo. En Francia, por algunos de los defensores de un no imposible de capitalizar; en Polonia como recurso frente al chantaje euroescéptico, y en el Reino Unido, donde los conservadores defienden un referéndum contra el Tratado mientras que los liberales proponen otro para saber si los británicos se quieren quedar en Europa.
Hasta ahora sólo está previsto celebrar un referéndum en Irlanda por razones constitucionales. De cara a esta batalla plebis
-citaria, se están concentrando en la verde Eire las variopintas tropas del no, apoyadas por la artillería de la prensa en inglés y los fondos de un millonario caprichoso.
En el Parlamento Europeo, los extremistas de ambos lados defienden el referéndum como único método democrático con el argumento de que da la palabra al pueblo y lo demás son conspiraciones a sus espaldas. Denuncian la norma constitucional general de ratificación parlamentaria como un cambalache. Evidentemente, no plantean examinar el contenido del Tratado ni piden un referéndum europeo; su objetivo es conseguir un no en un país que lo bloquee. Por ello no hablan nunca de los sí que recibió el Tratado Constitucional, sólo existen los no; ni tampoco vale que sumados los votos ciudadanos en las cuatro consultas que se celebraron superaran a los negativos. Curiosa concepción del derecho a decidir: hay que tirar el dado hasta que salga el resultado que le gusta a uno, lo demás no vale.
Cuando se habla de democracia directa, conviene escuchar a los suizos. Son, sin duda, los que acumulan mayor experiencia. Tuve la oportunidad de debatir, invitado por la Fundación Jean Monnet en la Universidad de Lausana, con el Profesor Andreas Auer, experto constitucionalista helvético. En su opinión, hay diversos tipos de referéndum en el marco del proceso de construcción europeo: de adhesión, ampliación o ratificación. El de adhesión tiene sentido para el país que quiere entrar. El de ampliación -del tipo de la "enmienda turca" de Chirac aprobada en Francia para futuras entradas y que Sarkozy quiere suprimir- constituye un cerrojo suplementario a la unanimidad del Consejo y la aprobación del Parlamento Europeo.
El caso actual es el de integración por ratificación sucesiva de un Tratado negociado y firmado por todos los socios, con posibles referendos que no son iguales. En España son consultivos; en Italia, derogatorios; en Irlanda, vinculantes, mientras que la Ley Fundamental alemana ni los contempla, allí pesa todavía el resultado del celebrado en 1933. Estamos ante un método comparable a la ruleta rusa. Y es dudosamente democrático buscar el punto más débil o más proclive al no para tomar como rehén todo un proceso decisorio sobre un acuerdo firmado por diversos socios que implica a cientos de millones de ciudadanos.
Conviene aprender de la experiencia. Tendría más sentido proponer un referéndum europeo, que debería hacerse en todos los países el mismo día, o la ratificación parlamentaria simultánea. La cuestión ya se planteó al final de la Convención de Filadelfia ante la posible secesión del Estado de Nueva York, lo cual dio lugar a la aprobación por dos tercios, y cabe recordar que los norteamericanos después tuvieron su guerra de secesión. La Suiza federal surgió, por su parte, de la guerra del Sonderbund. Pero el gran éxito de la construcción europea es, precisamente, conseguir una unión voluntaria acabando con un estado endémico de guerra. Además, el presente Tratado prevé que un Estado pueda abandonar libremente la Unión, razón de más para que los eurofóbicos voten a su favor.
Mientras el Tratado de Lisboa va siendo ratificado, se desarrolla un trabajo paralelo, por la premura de calendario, de preparación de su aplicación y una campaña en sordina de cara a la elección de los nuevos cargos. En este contexto, tras la experiencia de la Constitución Europea resulta ilusorio suponer que un nuevo no nos volvería a colocar en la casilla de partida, y que la Unión Europea del ciudadano y el euro aceptaría repetir la misma crisis. Galileo tenía razón: "E pur si muove".
Enrique Barón Crespo es eurodiputado.
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