Berlusconi vuelve
Los problemas de Italia son formidables, incluso para un Gobierno con un mandato claro
Silvio Berlusconi vuelve al poder en Italia, y esta vez aparentemente con una mayoría suficiente, también en el Senado, como para que su futuro Gobierno no esté permanentemente en el filo de la navaja, como sucedió en el breve paréntesis centroizquierdista de Romano Prodi. Los resultados finales de los comicios generales establecerán la verdadera dependencia de Berlusconi de partidos pequeños para llevar adelante su política. En ningún caso, sin embargo, nacerá esa hipotética gran coalición con la izquierda del derrotado Walter Veltroni que muchos consideraban hasta ayer casi imprescindible para pilotar el país transalpino.
El líder derechista victorioso tiene ya 71 años y tres experiencias anteriores de gobierno. Sería alentador creer que la combinación de ambos factores alumbrará esta vez un Berlusconi diferente, menos dedicado a evitar ir a la cárcel y a modificar la ley en provecho propio y de sus amigos o de sus posibilidades electorales, ocupaciones favoritas entre 2001 y 2006 del segundo hombre más rico de Italia y máximo hacedor de su opinión pública, a través de su control de las televisiones. Pero ni los conflictos de intereses derivados de semejante situación pueden evaporarse de la noche a la mañana ni la campaña de Il Cavaliere permite demasiadas ilusiones. Más allá de los excesos retóricos que preceden a las urnas, tanto sus declaraciones como las de su aliado principal, Umberto Bossi, el inquietante jefe de la Liga Norte, traslucen una preocupante indiferencia por las leyes del país en el que ejercen como dirigentes políticos.
Son formidables los problemas económicos e institucionales que tiene Italia -incluso para un Gobierno con un claro encargo popular- y Berlusconi no ha contribuido seriamente a solucionar ninguno en sus anteriores mandatos. Desde un declive económico que no deja de acentuarse y la desesperada necesidad de reformar un sistema de pensiones agónico o airear un mercado laboral secuestrado por privilegios de otros tiempos, hasta el divorcio absoluto entre la clase política y los ciudadanos o la inoperancia de una ley electoral que perpetúa una plétora de partidos irrelevantes que paralizan la Administración y hacen imposible gobernar. Pocos primeros ministros, casi ninguno en una democracia madura, tienen una tercera oportunidad. Berlusconi puede ahora demostrar su compromiso con los intereses de Italia.
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