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Columna
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El carricerín real

El carrizo de hojas lineales que crece en los humedales les prestó el nombre al carricerín real y a su hermano mayor, el carricero común o buscarla. Tras tanto fuego provocado y agresiones, se hace difícil observar en el Prat de Cabanes un carricero común de larga cola y pico recto, de vientre blanco y pelaje verde aceituna en su parte dorsal. Quedan todavía en el paraje natural unas escasas decenas de carricerines reales con su encanto pequeño y su plumaje pardo manchado de negro. Las avecillas contemplarían atónitas, los primeros días de este mes de abril, las enésimas llamas intencionadas que asolaron casi trescientas hectáreas de ese espacio protegido a principios de este mes de abril. Un incendio intencionado más en un humedal singular acosado por el cemento, por un puñado de desaprensivos cazadores o por la irritación de algún labrador por la presencia de jabalíes, según la asociación conservacionista Gecen.

Y tras el último incendio en el Prat, respiran quizás los carricerines reales un poco más tranquilos: la Consejería de Medio Ambiente ha presupuestado alrededor de un millón de euros, más del doble que en el ejercicio anterior, para proteger el paraje y para dar a entender, según los portavoces de la mencionada Consejería, la importancia que se le da a la conservación del mismo. Es evidente que si el presupuesto elimina la periodicidad de las llamas y sus efectos, el carricerín, que habita en zonas pantanosas y humedales desde la India a nuestro Mediterráneo sin distinguir fronteras, lo agradecerá. Y nuestros nietos y nietas, también.

Porque no sabemos si el conservacionismo es o será tema obligado en los contenidos de esa nueva asignatura sobre educación ciudadana, condenada a la categoría de intrascendente maría y que al parecer se impartirá aquí en farsi o galés. Tanto da: los contenidos de esa modernísima asignatura, entre ellos el necesario conservacionismo del Medio Ambiente, más que supeditados a o dependientes de una nota académica como las matemáticas, deberían asimilarse mediante el ejemplo en el ámbito de lo público y en el ámbito de lo privado. Es asignatura y son contenidos que quizás tuvieron una relevancia de tercer grado en tiempo de nuestra última República, y hoy constituyen nuevas realidades ante las que no cabe mirar hacia otro lado.

En Bruselas, y sin escurrirnos de los temas húmedos, lo saben al parecer. En el Comité de las Regiones de la Unión Europea han dado el visto bueno, por ejemplo, a los trasvases entre cuencas fluviales. Bien, porque hay urgencias y necesidades inmediatas como beber y lavarse cuando asola una pertinaz sequía, como ahora asola la tierras catalanas y mañana quizás el País Valenciano. La solidaridad entre españoles y europeos no ha de quedar en mera palabrería. Aunque hablar de trasvases en tiempos de necesidad, no es hablar de macroproyectos hidráulicos que en otros lugares del planeta han causado daños medioambientales irreversibles. Quienes aprobaron el informe Camps que presentó el presidente de la Generalitat valenciana lo dejaron claro desde la óptica conservacionista: trasvases sí, "siempre que quede garantizada la mejora del medio ambiente, la calidad de las masas de agua, la recuperación de los acuíferos y los caudales ecológicos". Y poco importa la llamada guerra del agua del PP a favor del trasvase del Ebro y contra las desaladoras; nada relevantes las pancartas del provinciano de Carlos Fabra en instituciones públicas; y todavía menos la indiferencia de algún socialdemócrata, como Angel Luna, que le resta valor a cuanto se ha dicho en Bruselas, por el carácter no vinculante del informe. El conservacionismo, el uso de los recursos de forma sostenible, está en la frase del Comité de las Regiones, y hasta el carricerín real celebraría su contenido.

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