La jaula verde en la ciudad republicana
Llego a Barcelona procedente de San Juan de Puerto Rico. La Universidad Nacional había organizado un seminario sobre Barcelona. Les avanzo la conclusión: hay que volver a pensar. Y a otra escala. Sobre esto quería escribir. Pero en el retorno me encuentro sumergido, obvio, en el debate sobre el agua. Un amigo, muy sensato, directivo de La Caixa, me dice que debo escribir sobre el agua. Lo intento, me informo, leo a expertos como Narcís Prat y el equilibrado comunicado de la Fundación Nova Cultura del Agua, a Pedro Arrojo (en este periódico), al amigo Ramon Folch en diálogo con los expertos Josep Dolz y Josep Alabern, a los inteligentes analistas políticos y sin embargo estimados amigos Jordi Sánchez y Joan Subirats. Todos exponen con claridad la cuestión, distinguen entre una situación estructural y una excepcional, y en este caso defienden la solidaridad y coordinación entre cuencas, la compensación económica a la sociedad donante, la condición de que se garantice el caudal de los ríos y los usos sociales y económicos del territorio de la cuenca, el no hacer de cualquier trasvase un tabú intocable. Los medios de comunicación y sus colaboradores han hecho un buen trabajo y los expertos no han ejercido de ideólogos ni de tecnócratas y todos han permitido a los ciudadanos entender razonablemente el problema. Lo cual es ya la mitad de la solución. Conclusión: no puedo hacer un artículo que sería un refrito de lo que ya se ha escrito y publicado.
Estaríamos orgullosos de la alcaldía si demoliera la jaula de Nouvel que encierra la zona ajardinada
La solución es política y me temo que los responsables políticos se han complicado la vida. O se han apuñalado por la espalda. Reconozco que me irritaron inicialmente las piruetas del Departamento de Medio Ambiente. Ahora me dan ganas de defenderlo, pues parece claro que se pretende convertirlo en chivo expiatorio. No voy a optar a favor del agua del Segre o del Ebro como soluciones de emergencia. Si el primero tuviera caudal suficiente, parece una solución más económica, pero quizá no lo tiene. Me temo que la decisión del Gobierno de España a favor del Ebro es algo más, parecido al guiño sobre el por ahora muy improbable trasvase del Ródano: un disparo contra la línea de flotación del Gobierno catalán. Se crea buen ambiente con el aliado deseado, CiU; se demuestra comprensión con el PP y su trasvasismo (en su caso al servicio de la especulación inmobiliaria), y se humilla al PSC y se agudizan sus contradicciones. Por tanto, como decían Tip y Coll, en vez de hablar del agua hablaremos del Gobierno.
El Gobierno español, en su andadura inicial, parece interesado en demostrar sus (malas) intenciones respecto a Cataluña. Mantener a la incompetente y desagradable ministra de Fomento es una agresión gratuita que puede resultar muy cara. La gestión que ha hecho del tema del agua es una manipulación política similar a la que se hizo con el Estatuto. A los ministros catalanes podremos llamarles Gual y Villalbí, como aquel ministro de Franco que estaba en el Gobierno de oyente y cuando los fines de semana se encontraba con sus amistades barcelonesas les decía que no podía hacer nada de lo que le pedían pues "allá todo es muy difícil". Nos parece vital para Cataluña que el PSC se replantee la conveniencia de tener un grupo parlamentario propio. Será la única forma de que se le escuche y se tengan en cuenta, necesidad obliga, sus opiniones. Como creo que no harán ningún caso de esta demanda que me consta que muchos comparten, incluidos destacados dirigentes del socialismo catalán, no voy a insistir.
Hablemos, pues, de Barcelona, es lo que quería hacer regresando a Barcelona. Y tiene que ver bastante con agua, la vivienda (la Ley del Derecho a la Vivienda o ley Milà ha entrado en vigor estos días) y la presentación del Plan Territorial Metropolitano de Barcelona, que ha salido a información pública. Como no me queda espacio ni tiempo para explayarme, ahora sólo quiero felicitarme de que se creen las condiciones para pensar sobre el futuro de nuestro maltratado territorio. En el encuentro de San Juan, el máximo responsable del urbanismo barcelonés, Ramón García Bragado, me decía que es necesario volver a tener ideas. Es cierto. Creo que no es cuestión de buscar pensadores, los hay, de todos los colores. Lo que falta es el continente. Las ideas sobre la ciudad que necesitamos no caben en el término municipal.
Un buen signo: en los últimos meses aparecen muchos libros y artículos sobre Barcelona. En las últimas semanas he empezado a leer una obra erudita y sin embargo apasionante: La quiebra de la ciudad popular (1914-1936), de José Luis Oyon. El muy inteligente trabajo de Manuel de Solà-Morales Deu lliçons sobre Barcelona. Dos libros con ideas, Barcelona y la modernidad, de Ferran Mascarell, y Del Xino al Raval, de Joan Subirats y Joaquim Rius. Y finalmente un libro curioso y un poco presuntuoso, Auge i declive d'una imatge urbana, de Joan Ramon Resina.
Ustedes se preguntarán si tiene que ver el título de este artículo con lo que llevan leído. Mi intención era escribir sobre el urbanismo de Barcelona y la recién inaugurada plaza parque del Poblenou (Diagonal-Pere Quart), que visité a mi llegada de Puerto Rico, y en fecha tan señalada, 14 de abril, contrastar la gratuidad de la propuesta de Nouvel con los proyectos republicanos para los barrios de trabajadores de Barcelona. Los artículos tienen vida propia y a veces se hacen autónomos de las intenciones del autor. Creo que estaríamos orgullosos de la alcaldía si ordenara demoler la jaula de Nouvel que encierra la zona ajardinada, reordenara ésta para integrarla con el entorno y pidiera excusas a los ciudadanos por el dinero gastado. En esta ciudad se han hecho excelentes plazas y parques, en muchos casos obra de profesionales jóvenes, desde la Barceloneta de Henrich y Tarrassó hasta el reciente Parque Central de Nou Barris de Arriola y Fiol. Basta ya de grandes nombres que por negligencia o menosprecio nos infligen grandes chapuzas.
Jordi Borja es profesor en la Universitat Oberta de Catalunya.
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