_
_
_
_
Cosa de dos
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Secuestros

Carlos Boyero

Ocurre en la tierra de los que no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra después de pasar cien años de soledad, en los ríos y selvas que transitaba Maqroll el Gaviero, en esa Colombia sobre la que blasfema Fernando Vallejo. Pero aquí no hay literatura, sólo realidad. Se titula Secuestrados: agonía en la oscuridad y da mucho miedo. Jon Sistiaga nos cuenta que el secuestro, esa forma suprema de la tortura, es algo tenebrosamente cotidiano en Colombia. Concretamente que todos los días hay alguien al que arrancan a la fuerza de su casa, que existen en este momento 3.200 personas que si tienen suerte y las liberan quedaran tocadas para el resto de su existencia y si no la tienen les van a agujerear el cerebro.

Excepto los nazis con RH negativo que machacaron en el zulo a Ortega Lara, todo Cristo sintió un escalofrío al constatar el infierno que habían infligido a este hombre. Su imagen al ser rescatado sólo era comparable a la de los supervivientes de Auschwitz, al horror en estado puro. Esa barbaridad está multiplicada por mil en Colombia. Entre las víctimas también hay niños con la mirada hundida, llorando, acojonados. Nos aseguran que los administradores de este negocio siniestro pueden ser delincuentes comunes, pero que la parte del león le corresponde a las FARC, guerrilleros que compaginan el marxismo con el narcotráfico, una combinación que provocaría un infarto al padre Marx.

Una antigua víctima describe el secuestro como un funeral sin muerto. Ingrid Betancourt, después de seis años de pesadilla, retrata lo que está sufriendo como "si me pusieran suero con cianuro, gota a gota, día a día". La respuesta de sus torturadores no se le ocurriría ni al manifiesto dadaísta, ni a Groucho Marx, ni a Gilles de Rais: "Esta señora es de temperamento volcánico, es grosera y provocadora con los guerrilleros que la cuidan. Y como sabe de imagen y semiología lo utiliza para atentar contra las FARC". Y flipas. Y se te revuelve todo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_