Secuestros

Ocurre en la tierra de los que no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra después de pasar cien años de soledad, en los ríos y selvas que transitaba Maqroll el Gaviero, en esa Colombia sobre la que blasfema Fernando Vallejo. Pero aquí no hay literatura, sólo realidad. Se titula Secuestrados: agonía en la oscuridad y da mucho miedo. Jon Sistiaga nos cuenta que el secuestro, esa forma suprema de la tortura, es algo tenebrosamente cotidiano en Colombia. Concretamente que todos los días hay alguien al que arrancan a la fuerza de su casa, que existen en este momento 3.200 personas que si tienen suerte y las liberan quedaran tocadas para el resto de su existencia y si no la tienen les van a agujerear el cerebro.
Excepto los nazis con RH negativo que machacaron en el zulo a Ortega Lara, todo Cristo sintió un escalofrío al constatar el infierno que habían infligido a este hombre. Su imagen al ser rescatado sólo era comparable a la de los supervivientes de Auschwitz, al horror en estado puro. Esa barbaridad está multiplicada por mil en Colombia. Entre las víctimas también hay niños con la mirada hundida, llorando, acojonados. Nos aseguran que los administradores de este negocio siniestro pueden ser delincuentes comunes, pero que la parte del león le corresponde a las FARC, guerrilleros que compaginan el marxismo con el narcotráfico, una combinación que provocaría un infarto al padre Marx.
Una antigua víctima describe el secuestro como un funeral sin muerto. Ingrid Betancourt, después de seis años de pesadilla, retrata lo que está sufriendo como "si me pusieran suero con cianuro, gota a gota, día a día". La respuesta de sus torturadores no se le ocurriría ni al manifiesto dadaísta, ni a Groucho Marx, ni a Gilles de Rais: "Esta señora es de temperamento volcánico, es grosera y provocadora con los guerrilleros que la cuidan. Y como sabe de imagen y semiología lo utiliza para atentar contra las FARC". Y flipas. Y se te revuelve todo.
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