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Reportaje:El estado de la sanidad pública

El agobiado médico de familia

José Peralta tiene 1.800 pacientes a su cargo, justo la media de los profesionales madrileños

Elena G. Sevillano

Jacinto y Florencio tienen edad más que suficiente para saber que, cuando uno va al médico, sabe cuándo entra pero no cuándo sale. De ahí que se tomen la espera con una calma que roza la imperturbabilidad. Son las cinco de la tarde y Jacinto, de 87 años, y Florencio, de 63, matan el tiempo en la sala de espera del centro de salud Juan de la Cierva, en Getafe, al lado de la base aérea. "Yo tengo hora a las cinco y veinte. A saber cuándo saldremos esta noche de aquí". "Pues yo estoy igual que tú, a por unas recetas". Ni bufidos ni malas caras. Al otro lado de la puerta, la agenda de José Peralta, médico de familia de 54 años, echa humo. Hoy tiene 46 pacientes. Uno cada cinco minutos.

"¿Le digo que le soluciono el dolor y que se vaya a llorar al cura?", se queja
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José es, así, de primeras, un médico más. Asegura estar "quemado". Pide más tiempo para ver a sus pacientes. Apoya la huelga. Pero resulta que José tiene 1.800 pacientes a su cargo. Exactamente el cupo medio de los médicos de familia madrileños. No es un médico más, es el médico tipo. ¿Y cómo saca adelante su consulta el médico tipo, con 600 pacientes más de lo que recomiendan los expertos? Él lo resume en una frase: "Aquí vamos a destajo". Y remata: "Y ojo, que no son lo mismo 1.800 tarjetas en Pozuelo o en Las Rozas que en Getafe. Allí van 10 al día porque tienen consultas privadas. Esto es una zona obrera".

Jorge, de 27 años, sale de la consulta con muletas. Una caída de la moto. Viene para renovar el parte de baja. Justina, de 30, se señala en el pasillo la nariz colorada: "Un resfriado". Entran una madre joven y su hija, a la que le ha dado tiempo a pintar y colorear con todo detalle un helado de tres bolas, cada una de un color y con corazones dentro. Una señora mayor, "nacida en 1921", sale del médico y se cuela directamente en la consulta de la enfermera. Con ninguno está José los cinco minutos que manda la agenda. "Es que es imposible. Las personas son personas, no animales. Igual viene alguien con dolor de cadera y me acaba contando que su hija se separa y le está afectando. ¿Le digo que le soluciono el dolor y que le vaya a llorar al cura? Puede haber riesgo de depresión".

José tiene comprobado, en sus 24 años en la sanidad pública, que "en la mitad de consultas hay, en el fondo, un problema psicosocial, de desarraigo. Y esos comen más tiempo que una bronquitis". Unos 300 de sus pacientes tienen más de 65 años. A más edad, más achaques, más visitas y más tiempo por consulta. "Algunos vienen solos y les tengo que escribir todo porque al llegar a casa se les olvida", relata. Jacinto, que es algo duro de oído, y Florencio siguen charlando de lo divino y de lo humano. "Pues los embalses están al 61%. Y es primavera. No nos queda ". "Pues en Barcelona tienen que llevar agua en barco y nos va a costar 22 millones. Ay la leche". Casi una hora de espera, y siguen impasibles.

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Entra una pareja china. Él, cuenta después José, no habla ni una palabra de castellano. Ella, alguna más, pero siguen siendo pocas. "¿Cómo le digo yo que le tienen que hacer una endoscopia digestiva alta?". Y gesticula: "Te van a meter un tubo con una cámara de televisión por la boca... Tiene derecho a saber lo que le prescribo". Hoy José tiene cinco pacientes no castellanohablantes en lista. ¿Cinco minutos? Ni de broma.

Otros nueve médicos de familia y dos pediatras comparten su horario, de dos a nueve. Cuesta encontrar un asiento libre frente a sus consultas. "Queremos ver también a nuestros hijos", rezan los carteles. José se queja de que, además de los pacientes citados, su horario se lo comen los avisos a domicilio, las reuniones, la formación, las urgencias, hacer valoraciones para la ley de dependencia... Pide lo que todos: "Que tengamos 10 minutos por paciente, y para eso es imprescindible que nos reduzcan el cupo. Para que haya calidad se necesita tiempo".

Justo cuando Jacinto y Florencio se arrancan con la política, le toca el turno al primero. Son las 18.35. Le acompaña su nieto Ricardo, acérrimo defensor de la huelga: "Se necesitan más médicos. Protestan para que nos traten como personas, no como números". Ha estado casi hora y media esperando, pero Jacinto, al que su nieto repite las preguntas por el oído bueno, está contento con el doctor Peralta. Como Florencio, que entra más tarde, muleta en ristre. "Tiene mucha gente, pero nos mira como es debido. No sé cómo puede con 40 o 50 pacientes".

El reloj corre, y el retraso aumenta. La agenda de José acaba a las 19.30, pero a las ocho todavía hay gente en el pasillo. "Empiezo a las tres y no voy ni a mear. Me da apuro salir cuando ya llevo una hora de retraso". La megafonía anuncia el cierre. Pero aparece una urgencia. Una bajada de tensión. José cuenta que se han ido de España 8.500 médicos. Conoce a alguno que, en Noruega o Dinamarca, cobra 12.000 euros mensuales por ver a 15 pacientes al día. El paraíso. Se ha visto tentado, sí, pero los trabajos de su mujer y su hija lo retienen aquí. "Con la escasez de médicos que hay, sé que no me va a faltar el trabajo hasta que me jubile", afirma convencido. Un trabajo por el que la sanidad pública le paga, con sus 24 años de experiencia, 2.400 euros netos al mes.

José Peralta, con su agenda del día (de 46 pacientes), en la puerta del centro donde pasa consulta.
José Peralta, con su agenda del día (de 46 pacientes), en la puerta del centro donde pasa consulta.LUIS SEVILLANO

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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