La Mina a pie de barra
En este universo hay lugares donde es tan peligroso mostrar una libreta y un bolígrafo, como mostrar un revólver. Hace un día nublado y he sacado el periscopio a pasear por La Mina. Para ello he tomado un tranvía que me ha llevado hasta Parc del Besòs, entre los bloques de esta desconocida periferia. No había estado aquí desde aquel Fórum que hubo en el lejano 2004, ¿se acuerdan? En aquella ocasión, la noticia era el muro que les separaba de las macroinstalaciones, donde las culturas se entendían, y se entendían, y no paraban de entenderse. Con aquella tapia se cazaban dos ratones con un solo queso. Evitaban darle al turista la otra cara de una ciudad empeñada en tener tan sólo un perfil bueno. Y se vetaba el recinto a un vecindario que vivía irredento e incomunicado, sin transporte público y obligado a estudiar y trabajar fuera del barrio.
- Pero todo tiene su moraleja. Y lo cierto es que, pasado el Fórum -gracias en parte al debate que se generó entonces-, las cosas han comenzado a moverse. Dar un paseo por la futura rambla de La Mina -que se prevé acabada este verano- permite darse cuenta de la intensidad de los cambios que trae el plan de transformación. Desde Cristòfol de Moura -junto a la comisaría de los Mossos d'Esquadra- hasta la calle de Taulat, todo está en efervescencia. La nueva línea de tranvía -que viene a añadirse a las T4 y T5- será estrenada en breve y en poco tiempo nadie reconocerá esta zona. Cerca de aquí, en el CEIP Mediterrània, el patio espera a los críos. Más allá, edificios como el instituto de enseñanza secundaria Fórum 2004 -impensable hace sólo unos años- comienzan a modificar el perfil del lugar. También la calle se ha vuelto más cosmopolita, con nuevos vecinos llegados de mil lugares. Hasta el paisaje humano parece más pacífico, el andar más lento. Ver niños con globos relaja lo suyo.
Estas aceras aún no han perdido esa pátina de incertidumbre que durante años ha alimentado la leyenda, pero hay una sensación general de etapa nueva. Cerca de la Rambla de Prim, entro en un bar. Hay unos señores quejándose de la especulación, con esa mosca tras la oreja que produce todo cambio. Junto a un cortado, a pie de barra, saco mi libreta y tomo estas notas. Eso sí, cuando levanto la vista, un hombre muy delgado -con chaqueta de polipiel- está observándome. Y por la cara que me pone, decido guardar los trastos para mejor ocasión. Fuera sigue nublado.
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