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Primer éxito de Ruben Gimeno al frente de la Sinfónica de Galicia

Novedades en el Palacio de la Ópera. En programa, un estreno absoluto y dos obras tocadas por primera vez por la orquesta. Y en el podio con Rubén Gimeno, un joven director con gran proyección de futuro por sus cualidades técnicas y artísticas. Aunque era su primer concierto al frente de la orquesta, Gimeno (Valencia, 1972) es ya conocido en A Coruña: fue violinista de la OSG de 1995 a 2000, y dirigió la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia hasta el año pasado.

Gimeno dirige con precisión, claridad, economía de gestos y gran expresividad. Siempre al servicio de la partitura, es capaz de extraer hasta la última gota de música de ésta. Esta cualidad se pudo apreciar en las primeras notas de la Rapsodia Española, de Ravel, que abrió la segunda parte del concierto. Puso a la orquesta en clave raveliana, y toda la capacidad creadora de climas sonoros del francés se desplegó en el Preludio a la Noche, con una gradación sonora amplia y bien matizada. La música reinó también en la animación de la Malagueña, la ensoñación casi abstracta de la Habanera y el ambiente jotero y festivo de la Feria.

Una orquesta con más de noventa efectivos es un instrumento difícil de dominar. En la espectacular orquestación de Pinos de Roma, de Respighi, Gimeno encontró el adecuado marco en que mostrar sus haberes artísticos y técnicos. El colorido Pinos de Villa Borghese fue un ejemplo. La quietud de Los Pinos cerca de una Catacumba dio la sensación entre apacible y pesante de una siesta en pleno ferragosto romano. Luego, llegaron los momentos de mayor y más pura emoción auditiva, fruto de la gran musicalidad de Gimeno y la calidad, no menor en tutti, secciones y solos, de los músicos de la OSG.

A los buenos toreros se les aprecia, tanto o más que por la gran faena hecha a un buen toro, como por su capacidad de dar la lidia adecuada cuando lo que sale por la puerta de toriles brilla sólo por su resabio o falta de casta. Gimeno no se contentó con hacer una faena de aliño a Festa na Lembrança, de Joam Trillo. Se arrimó, lo llevó a su terreno, le sacó todos los pases que tenía, incluso algún ayudado por coro, y acabó más que dignamente, entrando por derecho. La faena se hizo larga. Pero nadie habría podido hacerla más amena.

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