Estamos hartos
Ya era hora de que estallara una nueva vanguardia. El hartismo. El hartazgo artístico. "¡Estoy harto de Picasso!", proclama Antonio López. Y al día siguiente, Francisco Ayala va todavía más allá: "¡Estoy harto de Francisco Ayala!". Así se empiezan los auténticos manifiestos. Han puesto el listón muy alto. Alguien podrá objetar que se han tomado un tiempo excesivo para proclamar su hartazgo. Pero se trata de un gesto irónico y la ironía rechaza la velocidad, la impaciencia, la inflación. El hartismo es la verdad abriéndose paso laboriosamente en una realidad empachada. Saul Bellow decía que el escritor tenía que rumiar como una vaca. Por eso hay que cuidar las piezas dentarias. Para rumiar y roer la realidad. En la vejez, en su autobiografía, el filósofo milanés Girólamo Cardano medita sobre las causas de la felicidad y a modo de conclusión se pone a contar los dientes y las muelas que le quedan. Y esto es lo que pasa. Que nos hemos despreocupado de la dentadura. Rumiando malestar sin expresarlo, como vacas nihilistas. En la sociedad se había instalado una falacia. La creencia de que la llamada crispación era el resultado de una sobrecarga de verdades. Ahora se descubre que era una grotesca saturación de mentiras y ruido. Estamos en el hartazgo. El paisaje está harto de corrupción urbanística. La atmósfera harta de dióxido de carbono. Incluso parece que Mariano está harto de Rajoy. Y así. Ha venido el grito artístico a liberarnos. Lo más aproximado a la libertad es proclamar de qué estamos hartos. Tal vez hay que renunciar a construir utopías, pero es factible desconstruir los hartazgos. Hay que desarrollar el hartismo. Practicar ese arte de decirle por fin al vecino: "¡Hace 50 años que estoy harto de usted! ¿Le apetecería tomar un trago?". Ése es el principio de la civilización. Preguntarse por lo que está uno harto. Y luego contarse los dientes como Cardano.
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