Viejo muere el cisne
Debe ser cierto eso que repite el psicoanálisis, que sin pérdida no hay relato, porque cuando miraron desde la ventana del estudio, cuando trataron de orientarse por las calles buscando el perfil descarado y no las vieron, todos empezaron a sentir la necesidad de volver a contar su historia de vida. Y no las vieron porque no estaban. Y no estaban porque habían desaparecido en un abrir y cerrar de ojos tras un vuelo rasante que incluso hoy, pasados los años, sumergidos en el hueco aplastante que ha sobrevivido a la ausencia, sigue pareciendo inverosímil, la toma falsa de un videoclip -¿quién se va a creer esto?-.
No están y, como cada uno de los amigos que perdimos aquel mediodía -hora española- en que la televisión no dio noticias de la Bolsa sino de la vida, dejaron tras el derrumbe, polvoriento y majestuoso, un asombro pueril casi: "Miro por la ventana desde el sofá nuevo -ya te dije que era rojo- y han desaparecido. Las torres gemelas no estaban esta mañana".
Todo el mundo andaba en algo cuando pasó, porque la muerte y la tragedia nos pillan, sin remedio, en algo. Y vieron cómo el tiempo se paraba esa tarde y las tardes que la siguieron. Habían pasado al lado horas antes, volviendo de cualquier cita, deprisa, sin un momento para contemplar esa belleza rara y moderna. O hasta habían asistido, tres días antes del colapso, a un espectáculo de danza sobre un escenario preparado entre las torres: qué impresión su abrazo luminoso y rítmico tan de cerca.
La coreógrafa y directora de cine norteamericana Yvonne Rainer estuvo entre los asistentes aquella tarde y miró las torres muy de cerca, levantando la vista hacia el cielo, sin sospechar que no volvería a verlas nunca. Como recuerda en su reciente autobiografía Los sentimientos son hechos (MIT Press), por entonces andaba en una cinta de vídeo en la cual, y como suele ocurrir en sus trabajos, mezclaría fragmentos de danza con textos sobre arte y política de los años finales del Imperio Austro-Húngaro.
Sin embargo, la vida se inundaba de pronto con el acontecimiento y Rainer, preocupada en su cine por los problemas actuales -lesbianismo, feminismo, racismo, homofobia...
-, se veía sumergida en el transcurso vivo de la historia, ese "presente insoportable" del que hablaba El hombre sin atributos de Musil, sigue recordando Rainer en el libro. Quizás cada momento tiene su propio "presente insoportable" y los preparativos de la guerra que siguieron al desplome, esa guerra disparatada cuyo aniversario se celebra en estos días, le hacían vislumbrar lo grotesco de todos los imperios al desbaratarse. El título del vídeo, terminado la primavera de 2002, era elocuente, irónico, igual que la novela de Huxley de la cual lo tomaba prestado: Viejo muere el cisne: híbrido.
Se moría de viejo el cisne del lago -por fin- y, una vez más, la autora convertía los trozos variopintos del mundo en un todo brillante -lo comprobarán quienes decidan ir al ciclo que el Museo Reina Sofía organiza este mes-. Pero no podemos dejar de preguntarnos cómo sería la pieza si aquel evento trascendental no hubiera ocurrido justo entonces, en medio del trabajo; qué partes se incorporaron, cuáles mantuvo después de la hecatombe. Tal vez es siempre el transcurso el que concluye las obras definitivamente. Concluyó el Gran Vidrio de Duchamp , resquebrajado por azar en un traslado hasta relacionar los universos irreconciliables de los solteros y la novia. Ahí radica el legado más precioso del viejo maestro, puesto al desnudo tras la gran exposición en la Tate, incluso: revelarnos el mundo inesperado y su contingencia, a pesar de cada "presente insoportable". -
Ciclo Yvonne Rainer. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Entrada gratuita. Hasta el 26 de abril. www.museoreinasofia.es
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