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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una experiencia profiláctica

A finales de los setenta, Martin Scorsese ya había tocado el cielo del genio (Malas calles, Taxi driver) y se había estrellado contra el suelo de la autoindulgencia (New York, New York). En lo que se supone fue una etapa de tránsito, puntuada por el claroscuro y las adicciones personales, el cineasta se acercó al cine de no ficción en busca de espejos: de ahí salieron dos trabajos tan notables como la muy poco vista American boy. A profile of Steven Prince y El último vals. El tiempo era el tema secreto de los dos documentales: si American boy funcionaba como la histérica elegía de una inocencia tempranamente abortada, El último vals se erigía en testimonio del fin de una época, el punto y final de una manera de entender la vida (y el arte) on the road, siempre al filo de la autocombustión.

SHINE A LIGHT

Dirección: Martin Scorsese.

Género: documental. Estados Unidos-Gran Bretaña, 2008.

Duración: 122 minutos.El filme parece más una 'joint venture' que un diálogo entre creadores

El filme parece más una 'joint venture' que un diálogo entre creadores
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La energía crepuscular de El último vals se transformó, mutó y, en cierto sentido, desemboca en Shine a light, que, en singular simetría, es también una película sobre el tiempo. O sobre el arte de doblegarlo. Es una lástima que Scorsese no se pregunte acerca del precio que exige todo pacto fáustico. En El último vals, Robbie Roberston se confesaba agotado tras 16 años en la carretera. "Veinte años así son inconcebibles", remataba. En Shine a light, el virtuoso registro de un concierto de los Stones en el teatro Beacon de Nueva York aparece puntuado por material de archivo, que gira obsesivamente alrededor de la idea de la edad. Tras las declaraciones de un primerizo Jagger inseguro de su futuro, el resto de interferencias dibuja una imagen del escenario como territorio fuera del tiempo, limbo conquistado hasta que el cuerpo aguante.

Hay mucho de desconcertante en este Shine a light que transforma el encuentro entre Martin Scorsese y los Rolling Stones en algo más parecido a una joint venture que a un diálogo entre creadores situados más allá del bien y del mal. Tiene algo de experiencia vicarial y profiláctica: coloca al espectador en la mejor posición posible dentro de un concierto de los Stones, sobrevolando una audiencia que apesta a figuración de lujo, con el privilegio nada desdeñable de casi palpar la complicidad entre los músicos y su, en apariencia, nada impostado placer al ejecutar su show. Cuesta entender, entre otras cosas, por qué Scorsese se empeña en convertirse en su propio contrapunto cómico y por qué no se formula ciertas preguntas. A fin de cuentas, su muy responsable sentido de la historia le lleva a contar con Albert Maysles como convidado de piedra: el mismo que registró en Gimme Shelter otro momento en la vida de los Stones, cuando ejercer de público podía ser tarea peligrosa y era más normal encontrar cerca del escenario a un ángel del infierno que a la suegra de Bill Clinton.

Fotograma de <i>Shine a light</i>, con The Rolling Stones en concierto en el teatro Beacon.
Fotograma de Shine a light, con The Rolling Stones en concierto en el teatro Beacon.
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