Plegarias
Tiempo hubo en que los informadores se acordaban de alguna serpiente con melena o del archiconocido monstruo escocés del lago Ness. Era cuando las vacaciones veraniegas frenaban la actividad pública y las redacciones de los periódicos se las tenían que ver con un desierto informativo. Ahora nos frenan a todos, además de la pausa estival, las semanas santas y las pascuas, las fallas, los carnavales, los puentes y el sursum corda. A fin y al cabo, la popularizada expresión latina, incluso en su origen litúrgico, tiene un carácter alegre y festivo más apropiado para las vacaciones y el descanso que para el trabajo. Y es curioso, por ejemplo, que los principales periódicos europeos, durante la pausa festiva de la Semana Santa, en lugar de acordarse del reptil escocés, se acuerden año tras año de los desfiles procesionales que recorren la ciudades de la vieja España. Y unas pascuas tropieza uno en Múnich con la estampa piadosa y bella de un Cristo doliente con el mar valenciano como fondo, y en las pascuas siguientes observa de soslayo la foto del capirote penitencial de un vecino de El Prat del Llobregat. Las escuetas leyendas a pie de foto en color y en primera página, suelen aludir a las tradiciones católicas, o a la ambigüedad de la fiesta que se mueve entre lo religioso y lo folclórico o turístico. Entre esas coordenadas, sin lugar a duda, desfilan los pasos y los penitentes.
Pero la tradición católica y barroca y el navegar entre ambas aguas, la bendita o litúrgica y la laica, no se limitan al parecer a las procesiones, a los penitentes o a los artísticos pasos sacros. Porque apenas regresa uno a la cotidianidad no festiva y al trabajo con que el Dios del Génesis castigó al humano de cualquier raza o creencia, cuando se tropieza con el altar y el trono, con la religión y la política partidista, si no sectaria, algo más que interesada. Y todo a un tiempo y de forma ambigua como las imágenes festivas y procesionales de las semanas santas. En una de esas piadosas fotos que se hacen públicas, porque la publicidad es la que manda y no la religiosidad, aparecen de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, el alcalde de la capital de La Plana, Alberto Fabra, el ex ministro de UCD y destacado conservador procedente del antiguo régimen pre democrático o totalitario, como ustedes gusten vecinos, y ahora presidente de una fundación económica relacionada con la electricidad, Rodolfo Martín Villa, el provincianista presidente de la no menos provincial Diputación de la provincia castellonense Carlos Fabra, y el obispo mitrado de Segorbe-Castellón, Casimiro López: todos unidos, incluso con placa conmemorativa, y pulsando la ornamental iluminación exterior de la concatedral de Santa María, de estilo indefinido, como la foto de los mandatarios políticos y religiosos. No publicarán tal foto los periódicos europeos, porque no les bastaría una leyenda, sino la historia entera de las viejas españas desde Felipe II acá.
Aunque no hay razón por qué preocuparse. La figura delicada del Santo Padre, del humilde hijo del municipal de Marktl am Inn y recio teólogo del dogma católico, amante de lo nuevo en la popular sinfonía, que Dvorak compuso pensando en el Nuevo Continente, con compases de Bohemia... esa figura respetuosa rezará por nosotros, siguiendo el mandato de la foto de Rita Barberá; siguiendo la tolerancia fotogénica del arzobispo de Valencia García Gasco; y sin olvidar, claro, al provincial y patriótico Rus, y al presidente, que lo es, o debería ser, de todos los valencianos Francesc Camps: todos en la foto pública y vaticana. Y es que la política, o las pontificales plegarias del Santo Padre, o la foto los une. Y lo que la foto une que no lo separen los críticos liberales, masones o izquierdosos, ni la oposición destartalada que no quiere agua, ni el lucero del alba, porque ya estamos de nuevo en campaña electoral.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.