"Hemos roto"
Mujeres e hijas de pescadores reciben desde alta mar el grito de guerra que las pone en marcha para remendar contrarreloj las artes de pesca desgarradas
Tienen absolutamente claro que el suyo es un trabajo vocacional que despunta ya en la infancia. Teresa, de 67 años, por ejemplo, empezó a remendar redes a los 12. Nadie la obligaba: sus dos hermanas preferían jugar, y así lo hacían. Su hija Teresa, por el contrario, apenas empezó a andar ya se le enredaban los pies en las artes de pesca de su padre. Ella lleva 55 años en este oficio, que le encanta. Hoy se muestra como de estreno porque después de unos meses en paro ha iniciado, junto a sus tres compañeras de siempre, un nuevo encargo. Lo cuenta mientras saca un café humeante de la máquina de la cofradía de pescadores, en el barrio marinero tarraconense del Serrallo.
Hija y esposa de pescador, capitanea el equipo formado por Cecilia, de 69 años; Antonia, de 64, y Paquita, de 59, a la que llaman "la niña". Hace 30 años que trabajan juntas y están convencidas de que no las sucederá nadie. Se ven a sí mismas como las últimas de Filipinas. "Ya se aclararán los hombres", dicen, desentendiéndose del futuro.
"Antes había 34 barcos, ahora quedan 13, y no se pesca nada"
Este trabajo, que tradicionalmente ha correspondido a las mujeres, esposas e hijas de pescadores, ha sido siempre esporádico. La actividad surge por accidente. "¡Hemos roto!" es el grito de guerra que llega desde alta mar y que las pone en marcha. Nunca antes de las seis de la mañana: atendiendo a la única condición que ha puesto Teresa. Ella se encarga de hacer correr la voz entre sus compañeras, que saben que los próximos días o semanas van a tener que ser más previsoras a la hora de organizar las tareas domésticas porque afrontarán la doble jornada, cuyas dificultades, hoy generalizadas, vienen asumiendo desde hace décadas.
Han sabido conciliar la vida laboral y familiar de forma espontánea. Dando prioridades. La red siempre ha sido lo primero porque es lo que da de comer. "Lo que se queda por hacer en casa, así se queda. Lo importante es que puedan pescar", coinciden.
Unas veces es el suyo un trabajo de emergencia. Otras, como ahora, hay que construir una red nueva. Después de meses en paro, hoy es el primer día de trabajo y las cuatro se muestran ilusionadas, pese a que las azota un viento helado, que conocen bien y del que han aprendido a defenderse. Se desabrochan el forro polar y muestran una chaqueta, que al abrirla deja ver un jersey de pura lana que esconde aún otro más. Todos bajo el delantal.
La nueva red medirá 330 metros de largo por 112 de ancho. Ellas calculan en brazas: "Dieciséis piezas de ocho brazas cada una, además de las diez o doce del plomo".
Hablan de su oficio con soltura. Paquita explica que la red es "el vestido de la barca". Tiene sus partes diferenciadas: la cola, el corcho, el plomo... Toda la enorme malla yace enrollada en el suelo. Teresa y Paquita, de pie, van levantándola poco a poco para hilvanar, mientras Cecilia y Antonia cosen sentadas en sendas sillas de anea. Parece un laberinto de rombos cobrizos, pero las cuatro mujeres no pierden el rumbo. "Hemos cosido el corcho y vamos en busca del plomo", aclara Paquita.
"Antes había más trabajo", recuerda Teresa. Las redes eran de algodón y se rasgaban con facilidad. Ahora se fabrican con nailon y aguantan mucho más. Es raro que las desgarre algún pez. Suelen romperse porque atrapan bidones sumergidos, se enredan con rocas o simplemente como consecuencia de la mala mar.
Las cuatro mujeres aclaran que nadie puede ganarse la vida remendando redes. No es un trabajo fijo. Por eso, ninguna de ellas ha contado con sus ingresos para los gastos corrientes del presupuesto doméstico. Lo suyo es para extras: "Para Reyes, para los nietos... No se gana para más", advierte Teresa. Añade que "el asunto de la mar está mal. Antes había 34 barcos, ahora quedan 13. Y no se pesca nada", concluye con resignación. Por eso, su hija Teresa, de 46 años, propietaria de una cafetería, optó por otro oficio, pese a que era una pura raza.
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