El desierto está limpio
Ahora que se han cumplido los 100 años del nacimiento de David Lean he leído algunos comentarios de críticos cinematográficos en los que, una vez más, se le perdonaba la vida llamándole "brillante artesano" o "espectacular artífice". Con ellos se daba a entender, por supuesto, que no había sido un gran creador o un genio. De hecho, en el más que arbitrario reparto de estrellitas que conceden algunos críticos de periódicos cuando se reponen películas en televisión, David Lean ha salido frecuentemente mal parado: una o, a lo sumo, dos estrellitas; es decir, tan sólo aprobado o regular. Y a mí se me quedan las ganas de conocer la cara de esos hombres de descomunal talento que menosprecian películas como El doctor Zhivago o Lawrence de Arabia.
David Lean es un referente en la historia del cine por el extremo rigor de su pulso narrativo
Al contrario de lo que opinan estos críticos -no todos, por fortuna-, considero a David Lean una de las grandes referencias de la historia del cine no sólo por su capacidad de llevar hasta el límite la plasticidad de la pantalla, sino también por el extremo rigor de su pulso narrativo. Quizá con la excepción de ciertas obras de John Ford me cuesta recordar otro director con su potencia para combinar la épica con la lírica. Lean tenía un extraordinario sentido de la aventura, pero en esta perspectiva incluía siempre el viaje interior, la experiencia íntima que en algunos de sus héroes alcanza proporciones abismales.
Siempre he considerado una verdadera lástima que, después de enormes esfuerzos, no pudiera llevar a la realidad su proyecto de trasladar al cine Nostromo, el libro de Joseph Conrad. Pese al resonante éxito de algunas de sus películas, David Lean nunca gozó de la plena confianza de los productores, aterrorizados ante su meticulosidad y sus presupuestos, y al final de sus días perdió la batalla en lo que consideraba su apuesta definitiva. Pocos como él, sin embargo, estaban en condiciones de traducir visualmente, al menos en parte, la complejidad psicológica y metafísica de Nostromo.
Fascinado por las posibilidades heroicas de la condición humana, Lean no rehuyó nunca confrontarse con el otro lado, oscuro, del hombre. Cualquiera de sus epopeyas desde El puente sobre el río Kwai hasta Pasaje a la India, adaptación nada fácil de la novela de Foster, lo demuestran. Esa misma lucha de contrarios de imposible resolución ilumina su interpretación del amor, sea en La hija de Ryan -el sonoro fracaso comercial que, para los productores, lo puso definitivamente bajo sospecha-, sea en esta austera y delicada joya que es Breve encuentro.
Más difícil todavía que la de Foster era la novela de Boris Pasternak El doctor Zhivago, un texto de poder casi tolstoiano en el momento de encuadrar la historia de la Rusia de la Revolución y de introspección casi dostoyeskiana a la hora de dibujar los perfiles espirituales de los personajes. Reflejar en la pantalla la narración de Pasternak era una tarea que requería la precisión y la intensidad que, en efecto, David Lean mostró tener. La película, un espectáculo prodigioso, preserva esa clarividencia de Pasternak tan libre de dogmatismos.
Con todo, si David Lean hubiera realizado tan sólo Lawrence de Arabia ya se hubiera colocado en uno de los puestos de honor de la historia del cine. Dado que era imposible condensar el libro de T. E. Lawrence Los siete pilares de la sabiduría -al modo de las novelas de Pasternak o Foster-, Lean optó por un seguimiento exhaustivo de la figura del coronel Lawrence, como si éste fuera un héroe clásico. De la misma manera en la que Ulises está constantemente activo en los versos de la Odisea, presente incluso en la ausencia, Lawrence recorre cada uno de los fotogramas a lo largo de más de cuatro horas de película. Imagino que pocos actores prácticamente debutantes, como era el caso de Peter O'Toole, han sido sometidos a un narcisismo tan prolongado y torturante.
Con Lawrence de Arabia David Lean logró crear uno de los héroes más perdurables del cine. No obstante ese frenesí, porque, como ya había ensayado en sus demás películas, aunque aquí con más rotundidad, se atrevió a enseñar la entraña tenebrosa que acompaña a la voluntad heroica. De mostrarnos únicamente a ese enigmático triunfador de las biografías oficiales -propia de la llamada historia militar-, Lean nos hubiera escamoteado al auténtico héroe y hubiera negado intelectualmente al autor de Los siete pilares de la sabiduría; pero era demasiado buen director para hacer algo así. Por eso no tuvo inconveniente en trasladar al espectador las trágicas dudas de Lawrence, un hombre que necesitaba luchar demasiado despiadadamente contra sí mismo para sobrevivir.
¿Por qué te gusta el desierto?, le preguntan a Lawrence. Porque está limpio.
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