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Refugios, su pasado presente

En mayo de 2005, en su día décimo, el canciller de Alemania Gerhard Schröder dijo lo que nadie se había aventurado a decir antes: "La gran mayoria de los alemanes de hoy no tiene ninguna responsabilidad en el Holocausto. Pero llevan consigo una responsabilidad particular. El recuerdo de la guerra y del genocidio forma parte de nuestra vida. Para algunos, esa parte es pesada de llevar. Pero nada cambiará: ese recuerdo es una parte de nuestra identidad".

Aceptar el desastre como una cicatriz que permanece en la compleja identidad de las sociedades es un ejercicio de realismo poco frecuente. Lo que resulta más interesante es que aquello que permanece no són obviamente los hechos que ahí quedaron, ya lejanos, para buen uso académico. Lo que "nada cambiará" y permanece, esa "parte pesada de llevar", es lo que causaron y dejaron en la sociedad los hechos acontecidos, su consecuencia, que es precisamente lo que tantas veces se supone que desaparece porque ya pasó, y porque hay quien cree que un acto finaliza con quien lo vivió.

Una parte de la ciudadanía reconstruyó el tejido democrático de la ciudad y se opuso a la dictadura

Lo dicho por el canciller alemán es aplicable a la guerra y la dictadura en España, ambas forman parte de la identidad de quien nace hoy. Ningún deseo, ningún decreto cambiará eso, y no hay nada de terrible en ello, en todo caso lo terrible es disimular la realidad en nombre de un supuesto bienestar común. En nuestro país hemos visto como emergía en los últimos años la evocación de lo causado por la guerra y la dictadura más allá del estricto circuito de los conocimientos disciplinares. De qué modo y con qué mirada la tercera generación, aquella cuyos padres no hicieron la guerra, toma el asunto en sus manos o se asoma a él. Qué lectura propone, qué intereses expresa y qué significados sugiere a propósito de esa herencia.

Por supuesto hay respuestas distintas, quizá no tantas. En cualquier caso, la más reciente reside en la exposición sobre los refugios antiaéreos que se exhibe en el vestíbulo de la estación del metro de la plaza de la Universitat, y que constituye una de las diversas iniciativas del Memorial Democrático en el 70º aniversario de los intensos bombardeos de marzo sobre Barcelona.

Una exposición es una idea. La pregunta para evaluar su rendimiento cultural no es "qué sabía antes de entrar, y que es lo que ahora sé después de la visita"; más bien la pregunta que corresponde es "qué pensaba antes de entrar y qué pienso ahora". Al fin y al cabo, una exposición no debería tan sólo instruir, sinó más bien contribuir a educar; es tan sólo una pieza más en un conjunto de productos culturales de todo tipo. En el caso que nos ocupa, la iniciativa del Memorial ha hecho posible que coexistan elementos que pueden lograr el interés del visitante; por ejemplo, la eficaz y completa página web de la exposición, o la hermosa antología de poemas elaborada y prologada por Maria Campillo, o distintas actuaciones en algunas localidades bombardeadas, o el documental de Jesús Garay.

Los comisarios de la exposición. Xavier Domènech y Judit Pujadó, pertenecen a esa penúltima generación y ambos poseen un excelente acervo de conocimientos contrastados, pero en especial poseen criterio. Establecen un potente bloque informativo sobre las víctimas de los bombardeos, sus nombres y edades en una atmósfera eficaz. Pero, en realidad, la idea que proponen como materia de atención no es ni la muerte, ni las víctimas de la aviación fascista italiana, o nazi, sino por qué no hubo más víctimas y más muerte en una ciudad pobremente defendida. Proponen que nos fijemos en la iniciativa ciudadana, en su tradición asociativa, en la reconversión de las comisiones de fiestas de los barrios en entidades que construyeron refugios: el mapa de refugios no coincide con las zonas más bombardeadas, sino con aquellas en donde había una mayor tradición asociativa.

En su propuesta, los comisarios conectan pasado y presente de la tradición democrática, y evocan la memoria de esa tradición, sugieren al visitante observar que tras la Guerra Civil, una parte de la ciudadanía reconstruyó el tejido democrático de la ciudad y se opuso a la dictadura, apelan la memoria democrática de la ciudad y la incorporan al patrimonio que constituye su identidad. Esa, no otra, es la idea vertebral que ofrecen unos comisarios ubicados en la tercera generación: la realidad de la memoria democrática como parte del patrimonio colectivo. Puede que alguno de los visitantes más ancianos se sorprenda, pero los nietos tienen derecho a resignificar, a mirar distinto. Al fin y al cabo, es su patrimonio político también. Mejor dicho, ellos son la garantía de crecimiento de ese patrimonio.

Ricard Vinyes es historiador.

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