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Columna
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Pasar de largo

John Ford expuso en sus westerns todas las paradojas que uno puede encontrarse en el telediario, empezando por la cobardía de un matón a sueldo capaz de descerrajar dos tiros por la espalda a un hombre solo y desarmado. Lo que vale para el patio de butacas, vale también para el patio de la vida y en ese espectáculo siempre ha habido gente que paga con los demás el vértigo de no saber quién es, ni de dónde viene, ni adónde va.

Vengo a decirles esto porque el otro día estaba asomada a la ventana por azar o por necesidad, ahora no caigo, cuando pasó por la calle un borracho alegre y solitario, cantando Asturias, patria querida. Entonces me acordé de esa escena en la que el inspector de policía de Casablanca le pregunta a Humphrey Bogart por su nacionalidad, y éste le responde: "borracho".

Cuando una llega a ese punto en que el asunto de los nacionalismos le aburre un rato y tampoco soporta bien el folklore tradicional, y además le traen sin cuidado las casas regionales, las cámaras de comercio o los tradicionales lazos de amistad entre pueblos que se odian, lo mejor que puede hacer, es sentarse a ver una película como El hombre tranquilo donde John Wayne se guarda los puños en el bolsillo.

Siempre habrá individuos dispuestos a asesinar por una patria o un dios, igual que hay tipos capaces de matar por un filete y no precisamente para llevárselo a la boca, como en El hombre que mató a Liberty Valance. Aquí John Ford condensó toda la nostalgia que fue capaz de rescatar del viejo Oeste y después tomó aire para darle una patada bien dada a la historia del western, al cine clásico en general y a los cobardes hijos de puta en particular. Él sólo. John Ford, un hombre que pensaba que cualquier lugar podía ser bueno para pasar de largo.

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