Imagina
Imagina a los necios que anduvieron husmeando en la documentación privada de Obama, Clinton y McCain, al parecer sin motivo político, sino por puro afán chismoso. Hurgaban en los datos anejos al pasaporte, lo cual tampoco promete ser una información de especial trascendencia. O sea que es una mentecatez más o menos menor, algo que tal vez cualquiera de nosotros hubiera podido hacer en su peor momento, porque ¿quién no ha cometido alguna vez una imprudencia? Ya lo decía Aristóteles: hay un rincón de estupidez incluso en la mente del hombre más sabio.
Pero esa metedura de pata tan poco sustanciosa no sólo les ha costado el empleo (un castigo lógico: no se puede permitir tamaña indiscreción) sino que además su patochada ha aparecido en todos los periódicos del mundo y ha hecho que la poderosa Condoleezza Rice se disculpara públicamente. Ahí es nada: tu imbecilidad en primera línea y tú súbitamente consagrado como el mayor cretino de la Tierra. Imagina cómo se deben de sentir. Yo me metería bajo la cama y no volvería a salir nunca jamás.
Claro que cabe la posibilidad de que todo sea un montaje. Puede que estos supuestos torpes sean en realidad fontaneros del Estado encargados de husmear ilegalmente a todo quisque. Pero no lo creo, porque han sido puestos demasiado rápidamente en la picota. Sí, deben de ser tan sólo unos cotillas. Lo cual es aún más grave, porque demuestra lo fácil que es hociquear en la vida privada de la gente.
La sociedad informática está llena de agujeros por donde se escapa la intimidad documental. Imagina a todos los hurones que roban e investigan nuestros datos. Imagina nuestra indefensión y desnudez frente a los abusos escrutadores del Estado o frente a los piratas. Y lo peor es que esos espías verdaderos nunca darán la vuelta al mundo en la primera página de los periódicos.
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