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Columna
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Balance de pérdidas

Dice Manuel Vicent que la resurrección está hoy en día al alcance de todos. Lo decía el pasado Domingo de Resurrección en estas mismas páginas. Hasta entonces (hasta el Domingo de Resurrección) las carreteras españolas se habían cobrado 27 muertos en el transcurso de la Semana Santa. No es probable, pese a lo escrito por Manuel Vicent, que esas víctimas trágicas y absurdas del tráfico festivo resuciten de un día para otro (y menos que nosotros lo veamos). No sabemos tampoco si es probable que en un futuro próximo, con ayuda del sentido común y de la Dirección General de Tráfico, decidamos matarnos algo menos por esas carreteras del diablo. La muerte, al fin y al cabo, es una excusa como otra cualquiera para levantarse tarde. Otra manera de no madrugar.

La muerte, al fin y al cabo, es una excusa como otra cualquiera para levantarse tarde

Cada Semana Santa es una guerra. Una guerra profana y secular. Y, como en toda guerra, alguien tiene que contar a los muertos. Alguien debe contar a los viajeros que han decidido no madrugar más, no levantarse hasta el día de la Resurrección. Alguien cuenta las bajas de esa guerra. El trabajo del poeta santanderino José Luis Hidalgo, durante un tiempo, fue contar muertos de la Guerra civil. Ahora también existen empleados cuya labor consiste en contabilizar los muertos producidos en la guerra civil de los puentes festivos y de las vacaciones. Gracias a ellos sabemos el número exacto de accidentes, de muertos y de heridos en campaña. Gracias a ellos sabemos que 15 millones de coches se han lanzado sobre las carreteras del país esta Semana Santa. Gracias a ellos sabemos que no todos han vuelto.

El último Domingo de Resurrección, en Irak, al menos 46 personas murieron y más de 90 resultaron heridas como resultado de las operaciones del ejército estadounidense y de varios ataques lanzados por la insurgencia. Entre los muertos, había varios niños y mujeres. En Mosul, la explosión de un camión-bomba conducido por un suicida se saldó con la muerte de 13 soldados y un oficial del ejército iraquí. Tampoco es muy probable que asistamos a la resurrección de todos esos muertos. Ni el piloto suicida de Mosul ni los suicidas motorizados que han recorrido esta Semana Santa nuestras carreteras van a resucitar mañana ni pasado mañana. Que los muertos entierren a los muertos. Eso pasa en Irak, donde según José María Aznar, "la situación no es idílica, pero sí muy buena". En la provincia de Dyala, también este domingo de Resurrección, fueron bombardeadas varias casas. Nadie va a levantarse de la cama en Dyala. Nadie va a madrugar en Dyala. La situación, ya saben, no es idílica, pero sí muy buena.

No el Domingo de Resurrección, sino el Viernes de Pasión, ETA logró que el centro de Calahorra se convirtiese en Dyala. Setenta kilos de explosivos bastaron para sembrar el centro de esa población de cristales y humo, polvo y llamas, terror y escombros. Por fortuna, no hubo que lamentar ninguna muerte, pero si grandes pérdidas. Alguien tendrá que evaluar esas pérdidas, aunque todos sabemos que el terror no se puede evaluar. Las cuarenta familias de Calahorra a las que ETA ha dejado a la intemperie han pagado, dicen nuestros colaboracionistas abertzales, el precio del "conflicto". También hay quien sostiene que los muertos de Dyala están pagando el precio de su liberación y el de la democracia que llegó en paracaídas. De momento, sabemos que las víctimas de la guerra de Irak se han liberado de sus obligaciones. Morirse es una excusa -la mejor- para no madrugar. Hay que creerlo.

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