Conversión bajo los focos
Los versos satánicos le costaron al escritor indo-británico Salman Rushdie una fatwa y años de clandestinidad por "blasfemar contra el islam". Al ensayista y periodista italo-egipcio Magdi Allam su conversión al cristianismo le puede causar bastantes quebraderos de cabeza, porque la apostasía significa la condena a muerte para quienes practican la religión de Mahoma. ¿Y al Papa Benedicto XVI, que fue quien bautizó al renegado durante la vigilia pascual el pasado sábado en el mismo Vaticano, qué le puede suponer? En principio, otra vuelta de tuerca en las tensas relaciones que mantiene con el islamismo. Baste recordar aquel controvertido discurso suyo en la Universidad de Ratisbona, en 2006, en el que citó palabras del emperador bizantino Manuel Paleólogo, negando toda bondad al islam al predicar la conversión "por medio de la espada". Se organizó una gran barahúnda en el mundo musulmán, lo cual llevó a Ratzinger a matizar sus afirmaciones.
Magdi Allam es un conocido periodista e intelectual, que vive en Italia desde hace 35 años. Ocupa el cargo de subdirector de Il Corriere della Sera, ha escrito varios libros muy críticos contra el islamismo y suele salir en debates televisivos cuando la cuestión es Oriente Próximo, Irak, la guerra del Golfo o la vesania de Bin Laden, quien, por cierto, acaba de meter al Papa Ratzinger en el saco de sus amenazas al culparle de contribuir a la publicación de las viñetas sobre Mahoma en Dinamarca.
No tiene pelos en la lengua este intelectual cuando se trata de fustigar al islam. Y no le falta toda la razón cuando alude al fanatismo terrorista y a la falta de libertades en aquellos países donde se profesa. Quizás se excede cuando afirma que "la raíz del mal es inherente a un islam fisiológicamente violento". No todo el mundo musulmán defiende la violencia o pretende imponer por la fuerza su religión. No hay que restarle un gramo de valentía por decir las cosas tal y como las piensa y, por supuesto, reconocerle su derecho a convertirse al cristianismo. Pero queda la duda de si era necesario que su bautizo lo impartiera personalmente el Papa en el Vaticano.
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