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Columna
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El poder del poder en Galicia

"¡No tienen abuela!" o "ya les vale": ésas son posiblemente las expresiones que mejor encajan para valorar la explicación a la que acude el PP oficial para justificar su descenso electoral en Galicia: son las primeras elecciones a las que acuden sin tener el poder de la Xunta. Podría encontrarse demostración y aceptación más palmaria de utilización del poder en beneficio propio y partidista, pero no se me ocurre cuál. Sólo eso, o la concepción de que el voto popular sólo funciona a base de la utilización de los resortes más borreguiles, manipulables y sumisos de la ciudadanía. Por si fuera poco, el mismo argumento les sirve para infravalorar los resultados del BNG: "A pesar de estar en el poder, no han crecido".

La explicación electoral del PP evidencia un concepto patrimonial y clientelar de la política

Es mostrenco y casi obsceno, pero ese exceso de sinceridad del PP pone de manifiesto la evidencia: una concepción patrimonial y clientelar del poder público y que durante más de 15 años todo, casi todo, en Galicia era PP y sólo PP.

Durante la era Fraga, la derecha llegó a impregnar la vida social del país. Era una penetración medular y omnipresente en un territorio en que no hay muchos ricos ni muchas formas productivas de ascender socialmente. La política profesional o semiprofesional era una carrera en sí misma y había algo casi perverso que generaba una extraña realimentación: los que querían hacer algo socialmente relevante, incluso en algunos casos positivo, tenían que alinearse con el poder o, cuando menos, no molestarlo.

Bastaría un sondeo rápido de hemerotecas y videotecas para evidenciar la ubicuidad del poder en Galicia. Fraga inauguraba desde museos y parques industriales hasta concesionarios de coches, sucursales de banco o casas de turismo rural. Imagino que lo echarán de menos en el sector de producción de placas conmemorativas.

Vencer esa inercia que se apoyaba además en un censo biológicamente envejecido en el que los disidentes fueron laminados en 1936 por la represión y el exilio, ha sido una renovación que ha ocupado muchos años de nuestra historia reciente, a pesar de que en los primeros años de la llamada transición se conformó un movimiento social y popular de carácter progresista que protagonizaba civilmente las iniciativas asociativas del país pero que la frustración de las primeras mayorías absolutas de la derecha en los ochenta sumió en la esquizofrenia y el nihilismo políticos.

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En Galicia asistimos ahora a una profilaxis contradictoria, por una parte la relación del poder autonómico con la población sería sano que siguiese casi un esquema de liberalismo puro, es decir, independencia absoluta de la sociedad civil y la administración. Ni es necesario alinearse con el poder establecido para hacer cosas individual y colectivamente útiles ni es tarea de la Xunta sustituir siempre a la iniciativa privada. Y, al mismo tiempo, no cabe duda de que la capacidad regeneradora y dinamizadora de la Xunta es imprescindible en un país que, desposeído históricamente de casi todo, recupera su futuro en la iniciativa libre de su ciudadanía que se siente responsable de su devenir y que ya hemos dejado de responsabilizar exclusivamente a agentes externos de nuestras calamidades. En ese sentido, necesitamos una Xunta que intervenga realmente en las condiciones de vida de todos y recupere y corrija el tiempo perdido. Estaríamos así más cerca de un modelo sanamente intervencionista y en el máximo de posibilidades de la socialdemocracia occidental.

Todo esto nos emplaza a unos tiempos especialmente excitantes y en los que creo que no debemos renunciar al visionarismo radical, pero pragmático, de todo pensamiento o convicción transformadora. Controlar y optimizar nuestra propia energía, poner en valor el territorio, avanzar en I+D+i (para el que sólo es necesario talento), asentar una industria cultural que sea una parte significativa de nuestro Producto Interior Bruto y de la conquista de un ocio libre y creativo o hacer del bienestar un sector productivo. Quizás en todo ello esté la alianza más libre de la sociedad civil y el poder político de la Galicia de los próximos años.

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