Hacer la calle en medio de la ciudad
Unas 1.400 mujeres ejercen la prostitución pese al acoso de las administraciones
La noche surge fría en la capital. Pese a que el termómetro marca apenas 10 grados, la sensación tras pasar varios minutos en la calle es que hace menos temperatura. Eso no le importa a Sirena, una transexual argentina de 36 años, que lleva 14 en la prostitución. Su zona habitual es, como la de otras compañeras, el paseo de Camoens, cerca de la Rosaleda y la sede de la Policía Municipal de Moncloa. "Suelo venir a las siete o las ocho y me marcho a la una de la madrugada. Depende mucho del día", explica medio desnuda. "En el coche cobro entre 30 y 50 euros. En mi casa, puedo costar hasta 150, porque tengo clientes que prefieren ir a casa y estar más tranquilos", añade.
Como Sirena, hay en Madrid unas 1.400 mujeres que ejercen la prostitución en las calles. Son los datos de la ONG Médicos del Mundo, que desde 1993 trabaja con estas personas en la región. Es la única cifra fiable que se puede manejar en la actualidad, porque esta organización lleva un control de las zonas y las mujeres a las que atiende en ellas. Por el contrario, el Ayuntamiento de Madrid sólo cuenta con estimaciones y, a la vista de los datos de Médicos del Mundo, no muy fiables. El pasado octubre, la directora general de Igualdad de Oportunidades, Rocío de la Hoz, cifró en 400 el número de mujeres que ejercían la prostitución en las calles de la capital.
El grupo más numeroso lo forman 540 latinoamericanas
Pese al anuncio del Ayuntamiento, no hay policía en la Colonia Marconi
Junto a Sirena hay una decena de transexuales. Entre ellas está Deus, una ecuatoriana que lleva un año y siete meses en España. Trabaja como peluquera, pero el sueldo no le alcanza para vivir. Por eso, combina el paseo de Camoens con un polígono industrial en Alcalá de Henares. "Sólo salgo a la calle dos o tres días a la semana, según como me vaya", asegura.
La noche transcurre rápida. A unos dos kilómetros, en la Casa de Campo, el mercado de la prostitución sigue abierto, pese al cierre al tráfico ordenado por el Ayuntamiento el pasado verano. Son menos, una veintena de meretrices, pero están en las mismas zonas: el paseo de los Plátanos y en la entrada hacia los recintos feriales, los restaurantes y el lago, desde el paseo de Portugal.
Muchas son rumanas y no hablan español. Prefieren que no se las moleste mientras trabajan. En la mirada se les nota que tienen miedo, que algo no va bien. Se ponen muy nerviosas si se acerca alguien que no busca sus servicios. No en vano las vigilan. Dentro de un coche cercano, un hombre las observa. Una de ellas, que no quiere dar su nombre, asegura que están hasta las seis o las siete de la mañana. Cobran entre 20 y 30 euros.
Justo al límite territorial de Madrid en la zona sur, se levanta un enorme polígono industrial, el de Villaverde. Un centenar de mujeres, la mayoría subsaharianas, se concentra en grupos de cinco o seis. Son muy jóvenes y llevan provocativas botas y tops de piel muy ajustados.
En cuanto se les acerca alguien, comienzan a sonreír. "¿Qué buscas?", pregunta una de ellas con un marcado acento africano, mientras el resto de compañeras observa alrededor de una fogata. "Llegamos a las doce de la noche y estamos hasta las cinco o las seis, antes de que empiecen a abrir las fábricas", explica una nigeriana, que acude todas las noches a Villaverde y a la zona de la colonia Marconi.
Mientras habla, para un taxi junto a las chicas y un par de ellas salen corriendo hacia el coche. Instantes después se acercan otras dos. De repente, se suben todas en el turismo y éste se marcha a gran velocidad. "Seguro que van a montar alguna juerga por ahí", explica una de ellas.
¿Qué tipo de clientes acuden a esta zona tan distanciada del centro de la capital? "Vienen de todo. Muchos camioneros, hombres de todas las edades y todo tipo", aseguran las mujeres. Su precio, 20 euros por un servicio completo. "Hoy está muy flojo. No hemos hecho nada de nada, pero ésa [en referencia a un transexual] no ha parado desde que hemos llegado", afirma con envidia una chica que calza unas llamativas botas blancas y lleva el pelo recogido con una cinta. No tendrá más de 20 o 22 años.
En medio de la noche, cuando el reloj ya marca las dos de la madrugada, para una furgoneta en medio del polígono. Las chicas salen corriendo hacia ella. Son los voluntarios de Médicos del Mundo, que reparten preservativos y material lubricante. "Estamos toda la noche de un punto a otro para atender a todas las mujeres", aclara Silvia Zamorano, coordinadora de esta ONG. Además de preservativos, ofrecen información para evitar enfermedades contagiosas y de las redes que existen para que las prostitutas se integren en la sociedad.
Del número de mujeres atendidas por la ONG en 2007, destaca que la mayoría son latinoamericanas, 540; seguidas de las de Europa del Este (365) y las del África subsahariana (341). Las españolas son 102.
Los datos que maneja el Cuerpo Nacional de Policía son muy similares. En los últimos meses, los especialistas de la Brigada Provincial de Extranjería y Documentación han notado un incremento de la presencia de mujeres latinoamericanas, en especial ecuatorianas y brasileñas. "Policialmente no se puede hacer mucho. La prostitución no está prohibida y, si las mujeres no denuncian que son obligadas, no podemos actuar contra el proxeneta ni contra las redes de inmigración ilegal", mantiene un alto mando policial. "Hacemos controles continuos por las zonas donde más se concentran, pero muchas veces nuestro trabajo se limita a iniciar un procedimiento de expulsión por infringir la Ley de Extranjería", concluye el responsable de Extranjería y Documentación.
"¿La policía? Aquí no viene nunca", afirma una mujer en Villaverde. Y razón no le falta. Un recorrido por las calles de este vasto polígono se hace sin cruzarse con un solo patrulla. Y eso que el Ayuntamiento aseguró en todo momento que mantendría la vigilancia en la colonia Marconi hasta que aprobara una nueva ordenanza que restringiera el tráfico en esta zona. Promesas incumplidas.
El frío se hace menos intenso conforme avanza la noche. Llegar a otro punto de prostitución no supone más de 15 minutos. Éste se encuentra junto a la estación de autobuses de Méndez Álvaro. Grupos de mujeres, también en su mayoría subsaharianas, se concentran junto a fogatas. Pasadas las dos de la madrugada, no superan la decena. "Más pronto, a eso de las diez o las once, son muchas más. Puede verse a 30 o 40 con mucha facilidad. Se ponen sobre todo junto a la estación de mercancías del Abroñigal. Se las ve muy fácil por los fuegos que hacen", explica un vecino. Durante el día desaparecen de la zona, que tiene un gran trasiego de autobuses, camiones y turismos.
La que no ha desaparecido de las calles es la prostitución en la zona de Centro. La instalación de las cámaras de videovigilancia en las calles de la Montera y aledañas no ha disminuido el número de mujeres que permanecen apostadas en los soportales a lo largo de estas concurridas calles del centro.
Eso sigue generando el malestar en los comerciantes y vecinos de la zona, que ven cómo su área se ha degradado pese a los ojos electrónicos instalados por el Ayuntamiento tras un largo proceso de legalización. Un recorrido por las calles cercanas a Gran Vía permite ver a mujeres muy jóvenes, en especial rumanas, a la espera de clientes. Y da lo mismo la hora del día a la que se pase, porque siempre habrá oferta en el lugar.
Después de concertar el precio en la acera, las mujeres y sus clientes suben a las habitaciones que alquilan en casas y pensiones. El Ayuntamiento puso en marcha hace unos dos años un plan para cerrar estos locales, que en su mayoría carecen de las licencias oportunas para estar abiertas al público. De momento, de poco ha servido, lo mismo que las videocámaras.
La presencia policial que hay en la zona de Montera y calles contiguas contrasta con los alrededores del paseo de La Castellana, en especial entre las calles de Pedro Valdivia, Rubén Darío y Capitán Haya. Aquí las mujeres se instalan en la vía pública "de forma esporádica", según fuentes policiales. Sin embargo, los vecinos aseguran que acuden prácticamente todos los días, en especial en las vísperas de festivos y los jueves y los viernes.
La capital recupera poco a poco la actividad, mientras los rayos del sol comienzan a iluminar las calles de Madrid. Los encargados de la limpieza han terminado de baldear las calles y la radio empieza a hablar de los primeros atascos. Las mujeres que han estado en plena calle pese al frío comienzan a desaparecer. Final de la jornada.
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