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Reportaje:

Cuando Le Mans pasa por su calle

Las carreras clandestinas desaparecen de Internet, pero persisten en ciudades y carreteras de buena parte de España

Elsa Granda

Los émulos de películas como Rebelde sin causa o Los locos de la Cannonball ya no muestran sus hazañas en Internet, donde hace tiempo que patrulla la Policía Judicial por orden de la Fiscalía de Seguridad Vial. Hace sólo unos meses, exhibicionistas y locos por los trompos y la velocidad colgaban sus temeridades en la Red; ahora, pocos se atreven. La redada virtual contra las carreras ilegales comenzó a principios de enero, cuando un matrimonio murió a consecuencia de un pique entre dos vehículos en Vigo. Desde entonces, la operación más importante se ha producido en León, donde un vídeo permitió detener a tres motoristas que utilizaban una carretera secundaria como un circuito del campeonato mundial, con velocidades de hasta 300 por hora.

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Actualmente están en marcha cinco grandes operaciones contra esta práctica prohibida, que puede llegar a atraer hasta cientos de personas, que se citan, sobre todo, por mensaje de móvil.

Lo cierto es que en las calles y carreteras españolas se siguen celebrando competiciones no autorizadas. Galicia, Andalucía, País Vasco, Comunidad Valenciana, Cataluña y Asturias son las zonas donde se concentran más aficionados a esta práctica ilegal. En los últimos nueve meses, se han detectado casi un centenar de competiciones de este tipo en toda España. Agentes de las Fuerzas de Seguridad se infiltran de paisano para intentar identificar a los participantes. Sin embargo, localizarles no es fácil, ya que cuando detectan que están siendo vigilados se trasladan rápidamente a otras zonas. Es como el juego del ratón y el gato. Sólo cuando la vigilancia policial se relaja regresan a sus lugares preferidos, que suelen ser polígonos industriales, grandes rectas bien asfaltadas o avenidas con rotondas, en el caso de los coches; y carreteras y puertos de montaña con curvas pronunciadas, en el de las motos.

Los organizadores bloquean el paso a las zonas en las que compiten con otros vehículos, y en muchos casos se valen de avisadores que alertan de la llegada de la policía. No todo son carreras. En algunos casos son exhibiciones de velocidad o de habilidad al volante, que también ponen en riesgo la vida de los conductores, de los asistentes y de terceras personas. A veces, aunque no es muy frecuente, al elemento narcisista se une el económico, con apuestas de cientos de euros de por medio.

Roberto Durán, director del área de Psicología del Tráfico del Colegio de Psicólogos de Madrid, conoce bien el perfil de estos pilotos de carreras frustrados, "un varón de entre 18 y 25 años". En su opinión, estos individuos tienen antecedentes de conducta antisocial y se les puede definir como "enfermos, con baja tolerancia a la frustración y deficiente percepción del riesgo". Y "sobre todo, señala, "tienen un beneficio social dentro del grupo, en el que son el rey". Para el fiscal de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, es fundamental la colaboración ciudadana, denunciando cualquier conducta de riesgo en la carretera. Igual de tajante es el catedrático de Seguridad Vial Luis Montoro, quien opina que estas conductas temerarias, en las que hay un agravante de premeditación y alevosía, merecen la aplicación "del Código Penal con un rigor extraordinario".

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