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La reconciliación se resiste a llegar a Irlanda del Norte

Los Acuerdos de Viernes Santo firmados en Belfast hace 10 años han transformado la provincia

Un Viernes Santo, hace ya casi 10 años, Irlanda del Norte dio un paso decisivo para acabar con el sangriento enfrentamiento entre católicos y protestantes: la firma de los Acuerdos de Viernes Santo de 1998 selló formalmente la paz entre los unionistas (partidarios de mantener la unión de Irlanda del Norte y Gran Bretaña) y los nacionalistas-republicanos (partidarios de la unificación de Irlanda), permitió crear un Gobierno autónomo compartido y, aunque con bastantes más dificultades y retrasos de lo esperado, al cabo de siete años todo eso germinó en la renuncia a la lucha armada por parte del IRA y la destrucción verificada de sus arsenales. Más largo aún, aunque probablemente menos penoso, será el camino de la reconciliación.

Los siete años que ha tardado el IRA en desarmarse han dificultado el proceso
Las instituciones autonómicas han sido suspendidas varias veces
Se han creado 100.000 empleos en el Ulster en la última década
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Aún faltan casi tres semanas para que se cumplan exactamente los 10 años de la firma de aquellos acuerdos, el 10 de abril, pero el alto simbolismo de que acabaran sellándose en la madrugada del Viernes Santo casi obliga a adelantar los festejos en un lugar del mundo en el que la religión tiene una especial relevancia y en un conflicto que está teñido de trasfondo religioso, aunque también político y social.

El azar ha querido que la Semana Santa haya arrancado con el Día de San Patricio, patrón de Irlanda. San Patricio no sólo es celebrado por la Iglesia católica, sino por la Iglesia anglicana de Irlanda, pero entre muchos protestantes del norte de la isla ha sido visto como un santo enemigo, como un santo "verde y nacionalista". El todavía ministro principal de Irlanda del Norte y en otro tiempo martillo de católicos, Ian Paisley, ha propuesto ahora que el Día de San Patricio sea declarado festivo.

Que eso lo haya propuesto Paisley tiene un alto valor simbólico. Que los primeros en haberlo rechazado hayan sido sus correligionarios del Partido de los Unionistas Democráticos (DUP), también. Lo primero simboliza los avances enormes que se han dado en estos 10 años para acercar a dos poblaciones que se odian. Lo segundo es la prueba de que aunque ha llegado la paz, aún tardará en llegar la reconciliación.

Uno de los factores que más han contribuido a dificultar esa reconciliación han sido los siete años que ha tardado el IRA en completar el desarme. Incluso los unionistas más templados creen que fue un error cerrar el acuerdo sin que el IRA se comprometiera a destruir sus arsenales de inmediato. Y Gerry Adams, líder del Sinn Fein, ha sabido jugar con frialdad y maestría política la entrega a plazos de ese desarme para tensar la situación a su favor -y, de hecho, a favor del DUP- y en perjuicio de las fuerzas más moderadas: el Partido de los Unionistas del Ulster y los socialdemócratas nacionalistas del SDLP.

Gerry Adams, Ian Paisley (aunque con fecha de caducidad: se retirará en mayo) y el primer ministro irlandés, Bertie Ahern, son los únicos supervivientes políticos de las conversaciones de paz de abril de 1990. Los demás ya no están donde estaban. El primer ministro británico, Tony Blair, hundido por la guerra de Irak y el desgaste al que le ha sometido su gran rival político, Gordon Brown, dejó Downing Street en junio pasado.

El unionista moderado David Trimble ha sido arrasado por el ciclón de radicalismo político que azotó la política norirlandesa por los retrasos en el desarme del IRA.

El nacionalista John Hume se ha ido retirando de la política poco a poco por razones de salud, pero su partido ha sufrido el mismo desgaste que el de Trimble. La carismática ministra británica para el Ulster, Mo Mowlan, falleció de cáncer en 2005. El senador estadounidense George Mitchell, el decisivo intermediario enviado por el entonces presidente Bill Clinton, se dedica a la empresa privada.

En estos 10 años, las instituciones autonómicas han sido suspendidas y canceladas varias veces. El Parlamento y el Ejecutivo autónomo estuvieron cerrados o con funciones muy limitadas desde otoño de 2002 hasta primavera de 2007, cuando por fin los dos extremos del arco parlamentario, el DUP y el Sinn Fein, aceptaron gobernar juntos.

Ian Paisley fue el forjador del acuerdo final, el hombre que arrastró al unionismo radical al pacto con el diablo. Pero su éxito se asienta sobre pilares ajenos: si de él hubiera dependido, los Acuerdos de Viernes Santo jamás se habrían firmado y probablemente el IRA aún estaría poniendo bombas. No fue su radicalismo, sino el pragmatismo de los demás, de los que aceptaron dialogar con el diablo con la única condición de que éste no matara, quienes acabaron trayendo la paz a Irlanda del Norte.

En estos 10 años, la provincia se ha ido transformando. Belfast es menos oscuro que en el pasado y exhibe con orgullo su moderna fachada marítima y acaba de inaugurarse la remodelación del centro comercial de Victoria Square. Pero las paradas de autobús en el corazón comercial de la ciudad siguen agrupándose en función de su destino: barrios católicos o barrios protestantes.

El desempleo ha caído con fuerza, tras crearse 100.000 empleos en 10 años las tasas de empleo están ahora entre las más altas del Reino Unido y no entre las más bajas como en el pasado, y la emigración se está transformando en inmigración.

Aunque la economía crece, sigue dependiendo demasiado del sector público. Los acuerdos del año pasado, que permitieron restaurar la autonomía, han insuflado optimismo al empresariado local. Y el ex presidente Bill Clinton asistirá personalmente a la conferencia económica convocada para dentro de unas semanas en Belfast para atraer capital privado para desarrollar el Ulster.

Manifestantes irlandeses republicanos protestan por la visita de la reina Isabel II a Armagh, en Irlanda del Norte.
Manifestantes irlandeses republicanos protestan por la visita de la reina Isabel II a Armagh, en Irlanda del Norte.AP

Hablar con el enemigo

La paz en el Ulster nunca hubiera llegado si el Gobierno británico no hubiera roto el gran tabú: hablar con el enemigo. Todos los Gobiernos británicos que jugaron a eso, a la luz o en penumbras, contaron con una gran ventaja: a diferencia de España, el terrorismo no se ha utilizado en el Reino Unido para hacer política de partido.

Los intentos por resolver el conflicto en Irlanda del Norte por la vía política se remontan a los tiempos de Margaret Thatcher. Los contactos secretos de su Gobierno con los republicanos culminaron con el famoso Acuerdo Anglo Irlandés, firmado el 15 de noviembre por Thatcher con su homólogo irlandés, Garret Fitzgerald, la famosa Declaración Anglo Irlandesa que aceptaba que el Ulster seguiría siendo parte del Reino Unido a menos que una mayoría de sus ciudadanos aceptaran la unión con la República de Irlanda.

Era una manera de decir al IRA/Sinn Fein que abandonara la violencia y abrazara la vía política, al mismo tiempo que Irlanda admitía que el Ulster seguiría siendo británico si sus ciudadanos así lo querían. En diciembre de 1993, el también conservador primer ministro John Major lo dejó aún más claro cuando en los Comunes explicaba el significado de la llamada Declaración de Downing Street: "Si hay un permanente fin de la violencia y si el Sinn Fein se compromete con el proceso democrático, estaremos listos para entrar en un diálogo exploratorio preliminar con ellos dentro de tres meses. Pero primero tiene que haber un final de la violencia para bien".

El IRA anunció un alto el fuego el 31 de agosto de 1994. Ese intento fracasó, pero no el siguiente.

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