Democracia falseada
La Revolución iraní de 1979 surgió como fruto de un proceso en que se fundían dos componentes heterogéneos: el ansia de libertad política frente al régimen autocrático del Sha y su captación por unas minorías activas de signo clerical que bajo el liderazgo del ayatolá Jomeini acabaron alzándose con el poder. La Constitución de 1981 fue el marco normativo de esa hegemonía hierocrática, presidida por el Guía de la Revolución, pero aceptó asimismo en forma subordinada la configuración de un régimen imitado en la superficie de la Constitución francesa de 1958, con un presidente, Parlamento y elegidos locales, si bien los grandes temas siguieron en manos del Guía y de sus consejos de religiosos, el de los Guardianes en primer plano, que podían vetar las leyes y filtrar los candidatos a los procesos electorales. A la vista del inesperado éxito de Jatamí en 1997, ése fue el recurso empleado hasta las elecciones de ayer para evitar la victoria de los reformadores. Un 40% de los candidatos, en su mayoría de ese signo, han sido eliminados para la presente ocasión.
A los "clérigos dogmáticos" no les han sustituido sus seguidores, sino aquellos que esgrimen la intransigencia
La primavera de Jatamí queda lejos. En contra de lo que soñara Shirín Ebadí, Irán no puede aún despertar
Fuera de campo los partidarios de la reforma, las elecciones presidenciales de 2005 mostraron que la pugna entonces se desplazaba hacia el interior del campo reaccionario. El discurso de Jomeini tuvo siempre acentos populistas, de defensa de los desheredados (mustafiqin) contra los poderosos, y donde podían encarnar mejor aquellos que entre los muchachos pobres que desde el principio nutrieron el cuerpo de los pasdaran, los Guardianes de la Revolución Islámica, encargados de sembrar la violencia en la sociedad para eliminar opositores y hacer que reinara la persecución del vicio en el vestido, los usos sociales y la vida universitaria. Ahmadineyad fue uno de ellos y supo encarnar con éxito ese plebeyismo integrista, de militancia agresiva, distanciándose con el apoyo del Guía de la Revolución, Alí Jamenei, de la oligarquía religiosa enriquecida, a cuyo líder y personificación, Hashemi Rafsanyani venció en las elecciones presidenciales de 2004. A los "clérigos dogmáticos y regresivos", a quienes criticara Jatamí en nombre de un Islam con cierta libertad, no les han sustituido sus seguidores, sino aquellos que esgrimen la intransigencia religioso-moral. Sus armas son un control obsesivo del uso ortodoxo del velo en las mujeres, con la reciente Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prohibición del Vicio, el encuadramiento férreo de la infancia y la represión de todo intento de movilización en las Universidades (expulsión de estudiantes en Teherán y en Shiraz por las protestas contra el fundamentalismo en las últimas semanas).
La primavera de Jatamí queda lejos. En contra de lo que soñara Shirín Ebadí, Irán no puede aún despertar. La camisa de fuerza de los ayatolás y de los cuerpos paramilitares, ahora convertidos en fuerza política, se lo impide.
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