Ruido de violín
¿Qué puede tener en común Cristóbal Colón con Marilyn Monroe y con don Niceto Alcalá-Zamora? ¿Y Felipe II con la emperatriz Sissí y con Luis Buñuel? ¿O María Estuardo con Ramón y Cajal, Abraham Lincoln y Jean Seberg? A primera vista, no encontraríamos la respuesta y, sin embargo, es sencilla: todos ellos se atrevieron alguna vez a escribir poemas. Los editores de la colección El Violín de Ingres lo saben y se han dedicado a rastrear por el mundo los ejemplos de esa afición en figuras destacadas de todo tipo para luego editar cuidadosamente aquellos que juzgan de interés para el lector. El resultado es sorprendente. Lleva a la evidencia de que hasta en las vidas de trayectorias más inesperadas surge el momento de inminencia perpleja en que se tiene la cándida aspiración de querer fijar en palabras una huella, una emoción, una ingeniosidad o algo de la perplejidad intransferible que el universo nos provoca.
El Violín de Ingres es una iniciativa del Instituto Municipal del Libro de Málaga, básicamente hecha por poetas, que muy ladinamente consigue hacernos entender de una manera simpática el lugar que ocupa la poesía en la vida humana. Podría pensarse juego de diletantes, pero cuando uno va dejando atrás los sucesivos volúmenes de la colección empieza a verlo de otra manera. Sorprende la puntería de Colón cuando inventa para la muerte "un llano camino" o, quinientos años después, el expresivo cliquiticlac de la muñeca infantil de Norma Jean (más conocida como Marilyn) que cada uno recoge en sus poemas. Aciertos de la sensibilidad. Y entonces, uno no puede evitar preguntarse ¿por qué la gente de hoy no escribirá poesía en lugar de novelas? En la hora actual, estamos rodeados de novelas. Todo el mundo quiere triunfar escribiéndolas. He llegado incluso a oír decir que cada ser humano tiene una novela dentro de sí. Si hiciéramos extracción de todas esas ficciones personales, ¿podríamos leerlas todas?
Hagamos el cálculo, es sencillo. Supongámonos capaces de leer por lo menos un libro a la semana en los huecos que nos deja el trabajo. Pongamos la esperanza media de vida humana en sesenta años (cifra optimista si tenemos en cuenta cómo se vive en gran parte del globo) y descartemos las lecturas infantiles de los primeros años. Nos saldría que un ser humano puede leer bien a lo largo de su vida aproximadamente unos 2.164 libros. Habida cuenta de que la población mundial asciende en este momento a unos seis mil millones de personas y de que tengo un montón de lecturas pendientes, discretamente propongo la idea de que sea innecesario escribir esa novela individual con la que sueña cada uno. Ahora bien, entre los 814 libros que aún puedo optar a leer (tengo 46 años) puedo intercalar algún poema de vez en cuando. Son breves y en una semana puedo leer muchos. No dudo que pronto alcanzaría cifras millonarias. En ellos, cuando se da una frase certera y precisa, uno la recuerda tanto tiempo como una novela entera. No, esos poetas del Instituto Municipal del Libro malagueño (Inglada, Taján) saben muy bien lo que hacen. Los muy pícaros ponen un cebo para que nos demos cuenta del alcance de las cosas. Y su afición -la poesía- gana la partida.
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