Francisco Barba Corsini, un arquitecto con más de una idea
Autor del pueblo de Binibeca, firmó varios célebres inmuebles funcionales
El arquitecto Francisco Juan Barba Corsini (Tarragona, 1916) murió el domingo en Barcelona con el mérito profesional de dejar tres trabajos para la historia y el logro personal de haber conseguido ser libre. Hijo y padre de arquitectos, Barba Corsini supo opinar, rectificar y también callar ante las opiniones adversas que, en ocasiones, despertó su arquitectura. Poco amigo de las teorías, fue en sus diseños donde plasmó sus ideas, aunque considerara la arquitectura "un trabajo en equipo en el que no es fácil encontrar ánimos para alzar una voz propia". Por eso, cuando estudiaba aprendió a admirar la calidad del neoclasicismo de su maestro Raimon Duran i Reynals y entendió que debía dominar esa lección antes de lanzarse a cuestionarla. Así lo hizo cuando se opuso a la tradición académica aprendida para acercarse al movimiento moderno.
Crecido entonces como arquitecto moderno, firmó inmuebles como el edificio de Viviendas Mitre de Barcelona, que, a principios de los años sesenta, proponía una manera de vivir flexible con paneles correderos capaces de transformar un piso de apenas 40 metros. Él mismo vivía en un edificio cercano en el que las escaleras sustituían a los pasillos creando espacios de doble altura y aprovechando cada centímetro cuadrado.
Reconocido como arquitecto funcionalista, no dejó que esa etiqueta pensase por él y se lanzó a construir Binibeca, un pueblo completamente nuevo que levantó en Menorca durante los años sesenta, atendiendo más a la tradición constructiva local que a la severidad racionalista. Admitió las críticas que lo tacharon de folclórico. Pero el tiempo terminó por darle la razón. "A la isla de Menorca la salvaron pueblos como Binibeca, donde se hacían casas respetuosas con el volumen de lo construido y con las tradiciones constructivas de la isla. Ibiza, en cambio, está destrozada", declaraba en una de sus últimas entrevistas. Aclaraba, además, que siempre se sintió más cerca de la manera de construir de un pescador que de la de un arquitecto.
Por último, supo perdonar que destrozaran los 13 apartamentos levantados en los antiguos lavaderos de la Pedrera que los amigos de Gaudí habían aplaudido en su momento. Ése fue su mejor trabajo como interiorista y su tercer legado para la historia: su colección de muebles La Pedrera (una lámpara de chapa perforada, una silla con estructura metálica y un banco curvilíneo) volvió a producirse en los años noventa gracias a que otro arquitecto-galerista, Joaquín Ruiz Millet, supo reconocer el talento de un hombre cuestionado, pero libre.
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