Victoria desde el riesgo
José Luis Rodríguez Zapatero ha salido airoso de sus grandes retos políticos tras situarse al borde del abismo
Hace tan sólo quince días, el cuartel general del PSOE estaba desolado, tras comprobar que todas las encuestas coincidían en que José Luis Rodríguez Zapatero mantenía un empate técnico con Mariano Rajoy y se preguntaba qué estaba fallando para que su candidato no partiera de la línea de salida con más ventaja sobre la derecha después de una legislatura tan cargada de logros económicos y sociales.
Sólo Zapatero y su entorno más íntimo mantenían el optimismo sobre el resultado de hoy y lo argumentaban en que, a lo largo de toda su trayectoria, el presidente del Gobierno ha tenido que afrontar sus retos políticos cruciales al borde del abismo. Así fue en julio de 2000, cuando, desafiando a los pronósticos, ganó a José Bono la secretaría general del PSOE por tan sólo nueve votos.
El líder del PSOE ha afrontado temas pendientes desde la Transición
Ha asumido en solitario los mayores retos, como ETA o los estatutos
Ya ha confirmado la continuidad de sus vicepresidentes, Solbes y De la Vega
Volvió a suceder el 14 de marzo de 2004, en que, pese a lo que vaticinaban las encuestas, venció al candidato del PP, Mariano Rajoy, en las elecciones generales y logró convertirse en el primer candidato en la democracia española que ganaba la Presidencia del Gobierno la primera vez que se presentaba.
Zapatero, con su aparente fragilidad, ha jalonado su carrera política de apuestas de alto riesgo. Lo ha puesto de relieve en su primera legislatura al frente del Gobierno, en la que ha pretendido coger por los cuernos el toro de los asuntos pendientes desde la Transición, como el terrorismo etarra, la cuestión territorial o la rehabilitación de las víctimas de la Guerra Civil española y el franquismo.
En contra de los consejos de algunos asesores, Zapatero no tuvo miedo de meterse en esos charcos porque siempre tuvo la vocación confesa de ser un político y no un mero gestor. Y para que no hubiera dudas ordenó, nada más ganar las elecciones del 14-M, la retirada de las tropas de Irak, a sabiendas de que, con ello, perdía la simpatía del entonces gobernante más poderoso de la tierra, George Bush.
Zapatero ha sido el presidente que más ha soliviantado a los poderes fácticos, con la posible excepción del Adolfo Suárez de su última época. A ningún jefe de Gobierno le había desafiado, simultáneamente, la jerarquía de la Iglesia; el Poder Judicial; una organización de víctimas del terrorismo tan politizada como la cúpula de la AVT; y numerosos medios de comunicación, la mayoría con sede en Madrid.
Y en estrecha relación con ello, ningún otro presidente había tenido que enfrentarse a una cúpula de la derecha política tan beligerante, que ha hecho de la crispación la base de su estrategia, con la única excepción de la que tuvo enfrente Felipe González entre 1993 y 1996, con José María Aznar a la cabeza.
La estrategia de oposición del PP de primar la crispación y rehuir los acuerdos con el Gobierno no sólo ha creado un clima político irrespirable en España. Además -y en esto se incide menos- ha impedido avanzar en la profundización de la democracia y ha obligado a Zapatero a aparcar asuntos cruciales que había recogido en su programa como la reforma del Senado, la del reglamento del Congreso, o la renovación del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial.
El triunfo de Zapatero, ayer, es aún más contundente si se tiene en cuenta este cúmulo de obstáculos que ha tenido que afrontar en la legislatura. Lo ha hecho, además, con una escasa red de seguridad. Ha asumido en solitario los principales riesgos, como el diálogo con ETA o la reforma de los estatutos, empezando por el catalán, lo que le ha hecho más vulnerable. El presidente ha rehuido crear una corte política zapaterista y ha optado por una red de consultas muy amplia, más allá de su equipo dirigente en La Moncloa y Ferraz, para ganar frescura en su toma de decisiones.
Su peor momento fue la jornada del 30 de diciembre de 2006, cuando ETA puso un coche bomba en la terminal T-4 del aeropuerto de Barajas, asesinó a dos inmigrantes ecuatorianos y echó definitivamente por tierra las esperanzas que había depositado en llegar a un final dialogado del terrorismo. Zapatero no tuvo reparo en admitir su error por haber creado expectativas optimistas sobre el final de ETA. Pero, aunque fue ése su peor momento personal, no fue su peor momento político de la pasada legislatura.
El que le produjo mayor desgaste fue el debate en el Parlamento de Cataluña sobre la reforma de su Estatuto. Y fue consecuencia de otro de sus rasgos políticos: su defensa del consenso, su respeto al funcionamiento de las instituciones y su rechazo a un excesivo intervencionismo desde el Ejecutivo central.
Su negativa a fijar unas líneas rojas que no debían sobrepasarse, mientras se producía un desmesurado debate sobre la reforma del Estatuto en el Parlamento de Cataluña, le acarreó una bajada de popularidad de la que no se recuperó ya, según reflejaron todas las encuestas.
Zapatero ha aprendido de sus principales errores en los últimos cuatro años. De hecho, en los últimos tiempos ha aminorado su audacia y ha reducido el margen de riesgo.
Pese a ello, no abandonará sus metas políticas para esta legislatura, aunque medirá sus pasos e incidirá más en sus políticas económicas y sociales. Lo que hará aflorar aún más esa faceta de político de causas sociales que tiene y que recuerda más a figuras como el sueco Olof Palme que a estadistas como Helmut Kohl, con el que se identificaba Felipe González.
Tampoco introducirá grandes cambios en la estructura ni en la composición de su Gobierno. Ya ha confirmado la continuidad de sus dos vicepresidentes, María Teresa Fernández de la Vega y Pedro Solbes, las "columnas" del Ejecutivo.
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