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Columna
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Votar con cabeza, corazón y 'trellat'

El panorama político virtual en la mañana de este domingo de votaciones puede ser una pesadilla y no un sueño, como aquel tan lírico que dijo haber tenido el predicador Martin Luther King. Imaginemos, pero sin recrearnos en la suerte para no abusar del masoquismo, que a la caída de la tarde Mariano Rajoy es ya el nuevo inquilino de Moncloa, el cardenal Antonio María Rouco gobierna la Conferencia Episcopal, Agustín García-Gasco pastorea la Iglesia valenciana y la Generalitat sigue en las manos hegemónicas y lo que te rondaré, morena, del PP indígena. Quizá fuera este regreso al pertinaz pretérito la sorpresa que los españoles nos tenían reservada y a la que se refería jovialmente por estos pagos uno de los candidatos del PP.

Ya se sabe que la ley de Murphy previene que "si algo puede salir mal, saldrá mal", aunque eso depende, por supuesto, del cristal con que se mire. El censo progresista valenciano no tiene en principio muchos motivos para la euforia si nos atenemos a los precedentes. Desde comienzos de los noventa estas circunscripciones constituyen el más nutrido y fiel de los caladeros electorales de la derecha y no se perciben visos notorios de cambio. Acaso porque el viejo republicanismo no era tal, o no dejó semilla, o ésta no fue abonada por los partidos de izquierda cuando estuvo en sus manos, o la orfandad de líderes, la depresión y broncas orgánicas que padecen les ha impedido movilizar a sus clientelas y plantear alternativas convincentes al feliz clima de cartón piedra que priva o ha privado hasta ahora. Seguro que sociólogos y politólogos -qué fauna- habrán diagnosticado la anomalía y a ella nos remitimos.

No obstante estos déficits, tenemos la impresión de que las candidaturas socialistas pueden haber contribuido a sacudir el letargo de su público afín infundiéndole una dosis de entusiasmo y compromiso del que ha carecido durante los tres últimos lustros. Algo que debemos endosarle a las dotes personales de los candidatos antes que al discurso en el que se han obstinado, tan banal y políticamente correcto que en no pocas ocasiones podía intercambiarse con el de sus adversarios. Comprendemos que se hable de agua, trenes, carreteras y viviendas, como se viene haciendo desde los tiempos de Maria Castaña, pero también de los boicots reaccionarios a la ley de Dependencia y de la Educación para la Ciudadanía, la investigación biomédica o del ominoso y desvergonzado secuestro de RTVV por parte del PPCV, por no aludir a la ausencia del más mínimo detalle poético o utópico. ¿Cómo, si no, distinguiremos los unos y unas de los otros y otras?

Pero se comprenden tales carencias. En estas elecciones legislativas la máxima atención se condensa en los aspirantes a la presidencia de tal modo que los demás candidatos periféricos se convierten en actores de reparto o, según los casos, en meros comparsas e incluso con algún que otro payaso. Peroran y prometen como si ello les comprometiese mediante un mandato imperativo que no existe. Su destino es anidar en Madrid y pronto nos olvidaremos de su tránsito mitinero y de sus requiebros. En lo que nos concierne, su mayor interés en esta ocasión, además del prioritario que tienen para decidir el color del Gobierno, estriba en indicarnos la deriva del electorado valenciano, tan anclado en las preferencias conservadoras. En este sentido, la verdad es que el denodado esfuerzo de los candidatos resulta irrelevante comparado con los debates televisados de los primeros espadas -ZP y Mariano Rajoy- que son los que probablemente han podido decantar el margen de indecisos e indolentes. Todo lo cual es coherente con la falta de un robusto partido autonomista que fuese el referente de nuestros intereses específicos y prioritarios. Un tren que ha tiempo pasó de largo.

A riesgo de confundir los deseos con la realidad y obviando el fatalismo de la ley mencionada al comienzo de estas líneas, creemos que hoy las urnas arrojarán un doble resultado. De un lado, la victoria socialista, que no debe ser absoluta porque ello conlleva el riesgo de la arbitrariedad absoluta; y de otro una crisis en la derecha que ha de abonar el rearme de la izquierda, sobre todo de la más pachucha, cual es el caso valenciano. Votar con cabeza, corazón, pero sobre todo con trellat no solo propiciará ese proceso sino que también nos aliviará de sombrías pesadillas.

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