Luis XIV traspasa Versalles a una promotora
Una de las pegas que se le ha puesto al irónico Decálogo Verdú es su defensa de la literatura fragmentada frente a la narración típicamente clásica. Daré los motivos por los cuales creo que la propuesta de Verdú no sólo entra dentro de lo cabal, sino, quizá, de lo inevitable.
1. Si los leones hablasen
En la novela siempre habrá argumentos de estructura clásica (lo que Vicente Luis Mora llamaría tardomodernos) de la misma manera que siempre se construirán casas art decó, pero eso no quiere decir que esos productos estén en el pulso de su tiempo. Lo lógico, como señalaba hace poco Miriam Reyes, es que si los mensajes se nos dan fragmentadamente, emitamos en lenguajes y estructuras también más o menos fragmentadas, de lo contrario -añado yo- ocurriría algo parecido a aquello que decía Wittgenstein, "si un león pudiera hablar, no le entenderíamos". Antes se creaba desde el conocimiento, ahora se tiende a crear desde la información. Antes, el artista, típicamente romántico, era un erudito que emitía su producto al mundo: se iba desde la "iluminación" de lo privado al pontificado en lo público (el estigma del héroe; su correlato en el fútbol sería Maradona). Ahora el artista no es erudito en nada, recibe un desorden de información desde el ámbito público, y ésa es la materia prima que reelabora o subvierte en su laboratorio para impulsarla (su correlato en el fútbol sería Beckham).
La antagonista de la muerte no era la vida, sino la publicidad. Nuestro 'logos' es una suma de capas de 'spots': desde la valla publicitaria a la novela, desde el cambio climático a los ejes políticos mundiales
En este contexto, ¿resulta legítimo construir novelas de estructura clásica? Por supuesto que sí. Ahora bien, ¿tiene ese acto algún sentido? Para responder hagámonos otra pregunta más fácil, ¿tiene sentido construir hoy un Versalles en vez de un chalet? Sí, pero sólo como militancia kitsch.
2. El blog de Joyce
La cantidad de información emitida y su fragmentación provoca que el tiempo de asimilación de la misma tienda a infinito. Durante siglos se han estudiado las cosas por separado, ahora se trata de ver las relaciones que hay entre ellas en modelos de redes. Para ello se comprime mucho esa información, tanto que en ocasiones nos parecen fragmentos vulgares o sin sentido, cuando en realidad es lo contrario: cada fragmento emitido -incluida la injustamente llamada telebasura- es un producto ya en sí muy complejo, compacto y evolucionado, que acumula miles de años de conocimiento, y establecemos una red para relacionar todo eso. En este sentido, son más sofisticados los contenidos y la forma de un blog que Ulises de Joyce, porque en el blog Joyce ya está incluido.
3. La publicidad da caza a la muerte en la cabaña de Heidegger
Gabi Martínez, en su artículo (Babelia, 22/12/07) de réplica parcial al de Verdú, se pregunta por qué la muerte ha desaparecido de la novela. En mi opinión, la muerte no está ya en las novelas porque la publicidad le ha ganado la partida. La antagonista de la muerte no era la vida, sino la publicidad. Hasta el Partido Comunista Francés alquila su sede-palacio para desfiles de moda: necesidad de dinero + necesidad de publicidad. Nuestro logos es una suma de capas de spots: desde la valla publicitaria a la novela, desde el cambio climático a los ejes políticos mundiales. Como decía Baudrillard, el crimen perfecto se ha cometido, nada hay ya fuera del mundo Mercado para poder eliminar o criticar ese mercado. Hasta los antisistema forman parte del sistema publicitario. Lógicamente, en ese escenario-mundo la muerte ha dejado de existir como representación porque la publicidad lo último que quiere es que nos muramos.
También hay quien hoy echa en falta en las novelas el lugar en el sentido heideggeriano (típicamente la cabaña), que prácticamente ha desaparecido en favor del no-lugar (típicamente el aeropuerto o el centro comercial). Pero es que no sólo en las novelas sino en toda nuestra sociedad el lugar ha desaparecido salvo, precisamente, en la publicidad, que explota ciertos ruralismos y sus derivados como gancho nostálgico para vender un producto tecnificado y manufacturado en, valga la paradoja, una fábrica, es decir, en un no-lugar. ¿Sería eso la novela clásica hoy: ofrecer, como esos spots, nostalgia manufacturada? Eloy Fernández Porta (AfterPop, Berenice) afirmaba hace poco: "Algunos (escritores) creen estar en los bosques de Heidegger cuando de hecho habitan las praderas de Disney".
4. De Los Planetas a Stockhausen
De la alta cultura a la cultura de masas no se pasa bajándole niveles de calidad a aquélla. Es decir, del pop de Los Planetas no se llega al sesudo Stockhausen con tal de refinar a la banda indie. Asumimos que lo popular no es ni mejor ni peor que la alta cultura, sino otra cosa. Tampoco de la novela clásica a la fragmentada se llega por sustracción, quitándole elementos a aquélla; eso sería más bien una mutilación. La diferencia entre ambas no es cuantitativa sino cualitativa. La novela fragmentada suele estar más cerca de la poesía ya que tiende a la síntesis típica del verso o de la ecuación matemática: expresar lo máximo posible con los mínimos elementos (algo así como un píxel es a una foto). Cómo cada cual articularía esa fragmentación en sus textos y en qué medida ya es otro cantar, pero tengo la impresión de que la novela no puede seguir dándole la espalda a tan palmaria realidad. Cualquier fundamentalismo profragmentación resultaría ridículo, pero en la misma medida lo sería fingir que esa fragmentación no existe. Empezaré por ver qué pasa si le echo ketchup a En busca del tiempo pedido.
Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967). Físico y escritor. Su novela Nocilla experience (Alfaguara) acaba de publicarse. Es también autor de la novela Nocilla dream (Candaya). Su próximo poemario es Carne de píxel (DVD), ganador del Premio de Poesía Ciudad de Burgos.
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