Villar inicia un motín
Del choque entre dos torpezas suele derivarse un callejón sin salida. El Consejo Superior de Deportes, presidido por Jaime Lissavetzky, decidió que las federaciones deportivas que no se habían clasificado para los Juegos Olímpicos de Pekín -caso de la de fútbol- tenían que convocar elecciones antes del 31 de marzo. Un procedimiento como otro cualquiera para intentar quitar de en medio a Ángel María Villar, el presidente de la federación, cuyo prontuario de irregularidades contables impide que la institución que preside reciba subvenciones públicas. El mencionado Villar, hombre de una gris tenacidad, ha decidido amotinarse, convocar elecciones en noviembre y, con la ayuda del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, echar un pulso al Gobierno español.
Ahora bien, en un conflicto de torpezas no todos tienen la misma responsabilidad. A Lissavetzky cabe reprocharle su falta de tacto o de capacidad política para imponer un criterio que es moderadamente razonable. Nada que ver con la premeditación del presidente de la FEF, un organismo "de utilidad pública", que se niega a aceptar las normas de un Gobierno democrático y se apresta a defender su sillón y la red de poderes comanditarios anudados entre la federación y algunos clubes. Lo que proponen Villar y Blatter es que el fútbol sea un reducto intocable para los poderes públicos, un coto asilvestrado y excepcional donde los directivos estén a salvo de la ley común que rige para todos.
Resulta instructivo ese frente espontáneo que los clubes y la Federación construyen frente al CSD. Sugiere más el trenzado de intereses, favores recíprocos y tacto de codos entre aliados. Nada sería más inconveniente para "el mundo del fútbol" -o fúrbol como dice Villar- que irrumpiese un nuevo presidente en la Federación decidido, por ejemplo, a favorecer auditorías independientes o a liquidar el clientelismo que contamina el sistema de elección de dirigentes. Así que todos detrás de Villar, con el mismo fervor que Pizarro detrás de don Mariano. O que Medvédev detrás de Putin. Lo que tiene montado es también una democracia soberana.
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