Torturas en el paraíso
Érase una vez una isla poblada por muchos ogros que torturaban, humillaban e incluso mataban a jóvenes indefensos o abandonados". Así empezaría un cuento infantil de miedo, como el de Hansel y Gretel, basado en la sinfonía
de horrores que se vislumbra en la isla de Jersey, famosa por ser la sede de un lustroso paraíso fiscal aromatizado con el modo de vida británico. Lo que se sabe provoca escalofríos: más de 160 testimonios de abusos en el orfanato Haut
de la Garenne, presuntamente cometidos sobre los alumnos durante tres décadas, de la de los setenta a la de los noventa; denuncias de pederastia y tráfico de hospicianos; siniestros calabozos pertrechados de grilletes descubiertos en los sótanos del hospicio, construidos para castigar cruelmente a los alumnos; el cráneo de un joven descubierto en uno de esos sótanos, y una investigación de la policía británica, que parece apuntar a
una veintena de sospechosos, de la mejor sociedad isleña.
Muchos paraísos, aunque sólo sean fiscales, conviven con una trastienda tenebrosa que hace todavía más brillante la placidez cotidiana. Son los morlock frente a los eloi de Wells o los épsilon que permiten la ataraxia de los alfa en Huxley. Pero la tortura y el abuso sexual exceden la funcionalidad social. El hospicio maldito demuestra que en una sociedad opulenta, con 38.000 euros de renta per cápita, pueden anidar personalidades deformes, ciudadanos modelo de día y torturadores en
la oscuridad. La iconografía -mazmorras, presos aherrojados, sótanos tapiados- remite al Poe de El pozo y el péndulo, pero la delectación ante el sufrimiento recuerda al mariscal de Francia y compañero de Juana de Arco, Gilles de Rais.
Jersey es una sociedad cerrada, una isla para privilegiados con una justicia precipitada hacia la venalidad por décadas de compadreo. Quizá los abusos sexuales y las prácticas sádicas se veían como defectos tolerables, válvulas de escape similares a una travesura. Han tenido que desembarcar policías británicos para que los ciudadanos de Jersey caigan en
la cuenta de la monstruosidad
que acogían. Un auténtico infierno fiscal.
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