Giuseppe di Stefano, uno de los tenores legendarios del siglo XX
Participó en grandes óperas del repertorio italiano con Maria Callas
Nacido en Motta Santa Anastasia, cerca de Catania, en Sicilia, el 24 de junio de 1921 y muerto ayer a los 86 años, en Milán, Giuseppe di Stefano era el único que quedaba de aquellos nombres legendarios -Callas, Gobbi, Tebaldi, Del Monaco- que reinaron en el planeta de la ópera -y en sus satélites mediáticos- con un dominio casi insultante en el repertorio italiano. Fueron carreras distintas, pero cualquier aficionado que llegara entonces al mundo de la lírica crecería con ellos, los vería llegar a su cenit y apagarse para, desde hoy, contemplarlos con una nostalgia inherente a quien hace de la lírica una suerte de vida paralela en la que se ama y se odia con extraordinaria pasión.
Y pasión hubo siempre en el hacer de este tenor con el que pudo la ampliación poco meditada de un repertorio que terminó por superarle. Tras sus primeros años, en los que se anunciaba como Nino Florio y se dedicaba a músicas más ligeras, debutó en Reggio Emilia como Des Grieux en la Manon Lescaut de Puccini en 1946, el mismo año en que se presenta con idéntico papel en el Gran Teatro del Liceo, al que acudirá otras dos veces para hacer La sonámbula y Rigoletto.
En septiembre de 1951 se producirá el encuentro decisivo: la primera Traviata con Maria Callas, en el Teatro Municipal de São Paulo. Luego vendrían muchas más funciones juntos y a la obra de Verdi se añadirían Lucia de Lammermoor de Donizetti -con Karajan dirigiendo- o Tosca de Puccini -con De Sabata-, uniéndoseles más de una vez el bajo Titto Gobbi.
Eran años de fama y fortuna, en los que el tenor siciliano imponía todavía una ley que nacía de las indiscutibles cualidades de su voz, bella, directa, natural y equilibradamente poderosa. No había dudas al respecto entre los aficionados que se veían asistiendo a la consolidación de un artista de leyenda. Un artista, también, a quien costaba compartir popularidad por mucho que su compañera de cartel fuera un mito viviente. Por eso le disgustó que en La Traviata milanesa de 1955 -con Callas como Violeta y Giulini en el foso-, los comentarios elogiosos se dirigieran sobre todo a la que fue tantas otras veces su compañera de reparto.
Tras la primera representación canceló las siguientes, aunque el amor y la admiración por Callas le acompañaran toda su vida. En 1974 realizaron una gira de conciertos en la que el recuerdo de lo que habían sido hacía más penoso el reencuentro con un público que, por más que los adorara, no podía dejar de añorar tiempos mejores.
Pero no fueron estos arranques de orgullo, propios de la profesión, lo que lo situó en la cuesta abajo de su carrera, sino su afán casi deportivo por cantarlo todo, por no dejar de encarnar ninguno de los grandes papeles, aunque no estuvieran escritos para su voz. También, por qué no, el no soportar ver triunfar en ellos a otros colegas, sobre todo a Carlo Bergonzi, Mario del Monaco o Franco Corelli.
Matthew Boy-dem afirma que probablemente sea Di Stefano el cantante que peor elección hizo de su repertorio en la historia de la ópera. Así, quien había sido un incomparable Duque de Mantua, un Elvino, un Ernesto o un Arturo se encontró a finales de los años cincuenta -tras apenas 10 de carrera internacional- con su voz peligrosamente deteriorada e imposibilitado para regresar a los títulos que le habían encumbrado. En 1963 cancelaba una Bohème en Londres y lo sustituía Luciano Pavarotti, en un inesperado relevo generacional.
El que para muchos ha sido el mejor tenor lírico del siglo lo fue sólo unos años, y justo en los que aún no había alcanzado la notoriedad universal que le llegaría, curiosamente, con la crisis vocal. Nunca lo entendió él así -o no quiso reconocerlo-, echándole la culpa a las calefacciones de los teatros, aunque también podía haberlo achacado a su afición a los habanos, que sin duda influyeron en su proceso asmático.
Al final, tanto daba, la vida seguía y él estaba en ella para disfrutarla. Escribió un libro, L'arte del canto; intentó la dirección escénica; se volvió a casar, en 1993, con una mujer más joven, la cantante alemana Monika Curth, y se fue a vivir a Kenia por temporadas hasta que allí le atacaron para robarle y no se recuperó del todo. Ayer dijo adiós -según las agencias, sin sufri-miento- quien quedará por esa voz milagrosa, la de antes de liarse la manta a la cabeza, ir a por todas y concluir un reinado tan breve como intenso.
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