Cuestión de credibilidad

Existió más debate y se oyeron más propuestas, pero da la impresión de que el segundo y definitivo cara a cara televisado entre Rodríguez Zapatero y Rajoy se jugó, sobre todo, en el terreno de la credibilidad y que los dos candidatos apostaron muy fuerte en esa casilla. Credibilidad propia y descrédito del adversario fue el tema más recurrente a lo largo de todo el encuentro, con algunos episodios excesivos, como la pelea por el auténtico contenido de la primera pregunta que formuló Rajoy en el Congreso.
En cualquier caso, el esfuerzo de descrédito fue más patente en el candidato popular, que descargó una y otra vez todas sus baterías en esa dirección, empeñado en instalar la imagen de un presidente del Gobierno fuera de la realidad y desconocedor del país que ha dirigido durante cuatro años. Todo el trabajo de Rajoy estuvo dirigido a conectar con lo que él y su partido creen que son las corrientes subterráneas que atraviesan al electorado español, o al menos a una parte importante de los votantes, corrientes que, a su juicio, no se formulan en el discurso, pero que pueden aparecer a la hora del voto. Corrientes relacionadas con el miedo a la inmigración (que salió a relucir, sin tapujos, en el primer minuto de su primera intervención) y con el nacionalismo español, a los que Rajoy apeló una y otra vez, por activa y por pasiva. En su párrafo final demostró que o bien valora por encima de todo el dicho de "genio y figura hasta el final", o bien que es un hombre bastante terco, con su empeño en renovar su criticado alegato sobre la niña del mañana.
Rodríguez Zapatero no fue menos combativo a la hora de atacar la credibilidad de su oponente, pero se notó que estaba más dispuesto a hablar del futuro y que rehusaba completamente hacer algún guiño en dirección a ese nacionalismo al que recurría Rajoy. La mejor garantía para España, vino a decir, es el propio PSOE, un partido que siempre ha actuado de eje vertebrador de la nación. Del lado del presidente del Gobierno cayeron la mayoría de las propuestas de la noche, en prácticamente los cinco apartados en que se dividió, una vez más, el debate. Zapatero fue especialmente cuidadoso a la hora de explicar su programa económico y social, convencido quizás de que la credibilidad se jugaba no sólo en el terreno de las grandes afirmaciones, sino también en el de las ofertas concretas. Uno y otro candidato renunciaron, como la otra vez, a hablar de política exterior o de la UE. En sus bocas, hasta el cambio climático pareció convertirse en una cuestión local.
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