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Sufriremos, pero no tanto como dicen

Antón Costas

¿Aguantará la economía española la tormenta creada por las tres crisis que padecemos, la inmobiliaria, la financiera y la económica? En medio de este vendaval, ¿seremos capaces de mantener el crecimiento, el empleo y el bienestar logrado a lo largo de estos últimos 15 años? Son preguntas lógicas que todos nos hacemos ahora que llegan tiempos de vacas flacas.

La campaña electoral ha contribuido a hacerlas más presentes, así como a difundir algunos temores. Pero, para mi sorpresa, quienes con más intensidad se las plantean son los analistas extranjeros, especialmente los británicos y estadounidenses. Vean, por ejemplo, la información que publicaba en este diario Claudi Pérez, el sábado pasado, con el título España despierta recelos.

Debemos exigir que la política partidista poselecciones ayude a que el sufrimiento sea el menor posible y esté repartido

Con tonos más o menos bíblicos, la conclusión general es que después de 15 años de vacas gordas, los españoles vamos ahora a sufrir una larga resaca, tan larga e intensa como fue la borrachera inmobiliaria.

Curiosamente, la decisión del Gobierno británico y del Banco de Inglaterra de nacionalizar el banco Northen Rock, afectado por el virus de las hipotecas norteamericanas, ha acentuado esa conclusión. Muchos analistas en la pérfida Albión ven el caso del banco inglés como un anticipo de lo que ocurrirá en el sistema bancario español.

¿Tienen razón? Probablemente este diagnóstico pesimista de los anglosajones tiene mucho que ver con los celos que acostumbran a entrarle al rico de cuna cuando ve que un advenedizo en la riqueza comienza a sacarle ventaja. No se acaban de creer el milagro económico español. Especialmente la modernización y competitividad de la gran banca española, y de otras empresas de energía y servicios. La compra por el Banco Santander del británico Abbey aún duele en la City. Comprenderían esa compra si viniese de Francia o Alemania, pero no de España. Y lo mismo ocurre con las compras de empresas españolas de infraestructuras, energía y servicios. Creen que no es oro todo lo que reluce en la economía empresarial española. Que hay gato encerrado, aunque no acaban de encontrarlo.

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Ya pasó antes, con la inversión española en América Latina en los años noventa. Los norteamericanos y británicos creían que los españoles estaban locos al invertir en aquella región cuando ellos se retiraban con el rabo entre las piernas. Por eso, cuando llegó la crisis de 2001, esperaban que las empresas españolas sufriesen esa aparente locura. Algo sufrieron, pero supieron capear el temporal y hoy gran parte de los beneficios de nuestras grandes empresas vienen de allí.

¿Por qué piensan los anglosajones que España sufrirá intensamente la crisis, con la posibilidad de llegar a una recesión? Por dos motivos. En primer lugar, porque identifican la situación macroeconómica española con la de Estados Unidos. En segundo lugar, porque creen que la banca española está tan contaminada como la británica o la estadounidense. Pero, en ambos casos, las apariencias engañan.

Dejo para otra ocasión el ver que la comparación con Estados Unidos no es adecuada. Respecto del posible contagio, la banca española está más inmunizada que la de otros países. Fundamentalmente, por dos razones. Primero, porque el riesgo de contagio ocurre allí donde el ahorro nacional se ha llevado a Estados Unidos para comprar sus hipotecas basura. Pero en el caso de España no sólo nuestro ahorro no ha ido allí, sino que ha sido el ahorro de otros países el que ha venido a España a financiar nuestras hipotecas y nuestro déficit exterior.

La segunda razón es que la banca española tiene la ventaja de haber pasado ya el sarampión. La crisis financiera española de los setenta y ochenta (recuerden, por ejemplo, Rumasa) nos hizo sufrir en propia carne. Desde aquella crisis, el Banco de España impuso unas normas de prudencia que hoy nos hacen tener mejor salud financiera.

Por todo esto, creo que sufriremos, pero no será tanto como dicen los anglosajones. Vaya por delante que no trato de hacer un ejercicio de optimismo gubernamental. Ni tampoco de ejercer de profeta.

En todo caso, lo que ocurrirá no está escrito, predeterminado. Depende de dos cosas. La primera, de cómo le vaya a la economía internacional. La segunda, de cómo afrontemos nosotros la crisis. En cómo le vaya a la economía internacional poco podemos influir.

De cómo afrontemos nosotros la crisis sí depende la intensidad y duración del sufrimiento. Tenemos delante un ajuste y unas reformas. El ajuste consiste en cómo vamos a distribuir el coste de pasar de crecer a tasas cercanas al 4% a tasas que se moverán, en el mejor de los casos, entre el 2,5% y el 2%. Trabajadores, empresarios y sector público deberían ponerse de acuerdo para distribuir ese ajuste entre salarios, beneficios e impuestos. La ventaja es que tenemos unos sindicatos y una patronal acostumbrada a buscar acuerdos.

La reforma consiste en poner en marcha medidas para, por una parte, contener y reducir la inflación, y por otra, transferir recursos desde el poco productivo sector inmobiliario a sectores más productivos. Dicho de otra manera, pasar de un modelo de crecimiento basado en la plusvalía inmobiliaria rápida a un modelo basado en el beneficio industrial a largo plazo.

Si hacemos bien el ajuste y la reforma, un escenario probable para la crisis española podría ser el que le oí a un conocido financiero: un año de crisis financiera, dos años de crisis económica y cuatro años de crisis inmobiliaria.

Lo que debemos exigir ahora es que la política partidista poselecciones ayude a lograr que el sufrimiento sea el menor posible y esté equitativamente repartido.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB

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