Miedos subyacentes
Lo más importante del debate entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, el pasado lunes en la televisión, no fue el resultado en términos boxísticos. Ello es lo más urgente y lo que afecta al objetivo primero de ambos contendientes políticos: movilizar al electorado indeciso o incómodo para que les vote. Recuérdese que en 2004 al PSOE le votaron más de tres millones de personas que no lo habían hecho cuatro años antes; que el PP tan sólo redujo medio millón de votos, y que, con la conjunción de ambas circunstancias, los socialistas ganaron las elecciones por apenas 1,7 millones de votos. Bastaría con que se quedase en casa la mitad de estos últimos para que el escenario cambiase de tercio. Queda una semana -y otro debate televisado- para saber si obtuvieron ese objetivo movilizador.
Objetivo: llegar al voto de quienes se preocupan por la competencia inmigrante en empleo o servicios sociales
Lo más importante, sin embargo, fueron algunos de los mensajes que en ese primer debate se manifestaron. El inicial fue la constatación de que allí se desgranaron dos discursos, dos modelos diferentes, que viven de espaldas sin apenas lugares de encuentro. En este sentido, el debate fue francamente desestimulante: no se entrevé posibilidad alguna de colaboración inmediata. Las declaraciones de Rajoy de que, en caso de que gane el próximo domingo, llamará a los socialistas para establecer una serie de pactos de Estado resulta una ensoñación a la luz de lo observado en la televisión. Más realista es la postura incrédula de Zapatero, que considera casi imposible cualquier acuerdo, visto lo visto a lo largo de la legislatura y en el propio debate por parte del PP. La política de consenso entre los dos grandes partidos parecería casi imposible de recomponer, incluso partiendo del hecho de que el 9 de marzo se reparten cartas nuevas y empieza un nuevo juego.
Hubo en el debate otra novedad de especial significación en cuanto al discurso sobre la inmigración del PP, mucho más explícito que en otras ocasiones. Rajoy sacó a pasear los miedos subyacentes y los prejuicios populares de una parte de las clases medias y bajas ante el fenómeno migratorio. Hizo lo mismo que meses antes practicó Sarkozy para arrancar a Le Pen el voto de mucha gente en los barrios de los alrededores de las grandes ciudades francesas, temerosa de la competencia de los inmigrantes en lo referente a sus puestos de trabajo o a la utilización de los servicios públicos que forman el corazón del Estado del bienestar. El candidato de la derecha habló de "avalancha", de una delincuencia que identificó mucho más por el lugar de origen de los que caen en ella que por su extracción social, de falta de integración, etcétera.
Con esas advertencias no se dirigía el líder del PP al corazón del racismo, sino a aquellos que en una coyuntura de desaceración económica como la que estamos sufriendo se sienten atemorizados por la presencia de los inmigrantes que les perjudican en su vida cotidiana. Pero así es como se llega a la xenofobia. -
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