_
_
_
_
EXTRAVÍOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Impúdico

En su novela La confesión impúdica (1956), el escritor japonés Junichirô Tanizaki (1886-1965) plantea, una vez más, el insondable tema del erotismo, pero con la peculiarísima variante de que lo afronta, como suele ser en él característico, desde la perspectiva de una relación matrimonial, no sólo convencional, sino fraguada a lo largo de muchos años de, por fuerza, intimidad alambicada. Tiene que ser así, porque esta forma de amor, atizada primordialmente a través del sexo, si se toma en serio, es anti-institucional y bordea la muerte. Y no me refiero sólo a la experiencia de anonadamiento que se padece en cualquier frenesí, sino a lo aventurado y peligroso que resulta la provocación continuada de éste. En La confesión impúdica, como en El gusto de las ortigas, se trata de un matrimonio, que, tras un cuarto de siglo de emparejamiento, sigue urdiendo las más rebuscadas tretas para mantener vivo el mutuo deseo, con tanto riesgo que el marido, diez años mayor, y ya habiéndose adentrado en esa edad en la que los achaques se multiplican, asume, con la activa complicidad de su mujer, tener una muerte anunciada.

Concebida como un relato a dos voces, que son respectivamente las que se van registrando en sendos diarios intercalados del marido y la mujer, que ambos simulan escribir como personales confesiones, aunque, en realidad, son la forma perversa en que se comunican entre sí, la creciente intriga de este relato no se basa tanto en la compleja urdimbre de artimañas que construyen para excitarse mutuamente como en el desarrollo de la implacable estrategia de convertir lo próximo en lejano, y lo normal, en excepcional, o, si se quiere, "objetivar" al otro, porque, al fin y al cabo, tal es el comportamiento del deseo, que se expresa en términos de objeto.

En cierta manera, no sólo en el erotismo, aunque en este caso de forma extrema, sino en el más profundo amor, se vive una misma pugna dialéctica entre dos sujetos que se objetivan a muerte, siendo la única diferencia en que, en la segunda situación, se trasciende relativamente la muerte al entregársela mutuamente los amantes como un don, en vez de simplemente matarse. Pues bien, pienso que esto es lo que exactamente ocurre con el arte, no ya con el literario de la novela, que en ello tiene su fundamento genérico, sino en cualquier otra manifestación artística auténtica, que no deja de ser una personal invocación íntima a los demás para que sujeten -sostengan- la existencia. En este sentido, el arte aguanta todo menos la trivialidad. No puede ser entretenido, y, menos, espectacular. Puede y debe ser, sin embargo, impúdico, pero no por la circunstancial naturaleza escandalosa de lo que se confiese o se muestre, sino por su constante zambullirse en la sombra de lo real, y, desde ese umbral sin luz, iluminar nuestro asombro. Iniciada un 1 de enero por el marido, que muere el 2 de mayo siguiente, la novela de Tanizaki concluye con la reflexión final de la mujer, ya viuda, el 11 de junio de ese mismo año: es, pues, el relato de medio año tenebroso para alumbrar la lámpara impúdica de una vida apurada hasta la muerte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_