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Astillas ideológicas de la izquierda

Jordi Gracia

Sin herramientas de sociología electoral ni prospecciones de otro tipo, es muy atrevido conjeturar al votante de Izquierda Unida, y es directamente suicida hacerlo con el votante de ese espectro ideológico en Cataluña, Iniciativa. Ambas empiezan allí donde termina el PSOE o PSC y deberían cubrir idealmente una franja de izquierda que tiene tradición de poder municipal y más intermitentemente autonómico. En Cataluña ahora lo tiene en ambas administraciones, con dos carteras en la Generalitat que han obligado a reforzar un perfil ecológico que neutralice la erosión del ejercicio mismo del poder. Sus mensajes siguen siendo de texto extenso porque sus votos parecen proceder de clases medias mid-cult, vagamente formadas o a las que no da alergia la letra impresa, pero su nervio político es el cambio climático. Jaume Bosch defendía en televisión la valentía y la razón de las decisiones motivadas ecológicamente (ponernos a 80 kilómetros por hora en la periferia de Barcelona se supone que es una de ellas), al igual que el socialismo español nos protege a todos de nuestros vicios de fumadores y protege a los demás de los mismos humos. Pero en el aeropuerto de El Prat no hay sitio alguno para el enfermo tabáquico porque Cataluña es más moderna y europea (aunque en Europa, incluido Madrid, los grandes aeropuertos dispongan de jaulas para fumadores, que agradecemos bárbaramente, claro está, incluso con el colillar siempre saturado).

Ni el maximalismo ni la marginalidad son opciones de poder ni aquí ni en ningún país europeo

Pero semejantes astillas de identidad ideológica son un indicio más genérico: la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia va a seguir difusa o artificiosamente alambicada porque ni el maximalismo ni la marginalidad son opciones de poder ni aquí ni en ningún país europeo. Y para el discurso socialdemócrata y reformista basta el PSOE, tal como le han reprochado a Gaspar Llamazares en el último congreso de Izquierda Unida. Pero es un reproche con trampa tanto para la izquierda de la izquierda catalana como para la española. La mejor identidad posible de esa izquierda está en un papel deslucido y auxiliar pero fundamental porque de ella puede depender su capacidad para limitar la propensión neutralizadora socialdemócrata: funcionar como refuerzo contra una derecha que puede seguir montaraz y hasta presumir del camelo de un liberalismo berliniano (de Isahiah Berlin) que no se ve ni se oye, como recordó hace unos días en La Vanguardia Francesc-Marc Àlvaro.

El resto del comportamiento político (público) de esa izquierda de la izquierda es la brega social clásica y, por supuesto, necesaria. El sello ecologista es, sin embargo, su visualización fundamental como marca política a la izquierda del PSOE, pero eso rebaja o apenas compromete seriamente los ingredientes que sí podrían combatir la propensión centrista del socialismo en el poder. Aspirar desde Izquierda Unida-Iniciativa a mucho más es un engañabobos, pero no decirlo abiertamente complica las cosas porque difumina la función real que puede desempeñar y es necesario que desempeñe (por cierto, encarnable también en Fernando Savater o Álvaro Pombo). El lugar del compromiso a la izquierda del PSOE en términos sociales podría procurar que la Iglesia pierda el bochorno de poder del que disfruta ahora, que la Educación para la Ciudadanía sea un deber formativo para los mismos obispos que jamás la han cursado ni aprendido, que la libertad de decidir sobre el embarazo o sobre las adopciones se funde en criterios racionales y no espirituales, o impedir ferozmente la rebaja de la edad penal, que es quizá el testimonio más amargo de la renuncia a seguir desarrollando el proyecto ilustrado. El PSOE y el votante del PSOE creen en esas mismas cosas, y sin embargo, el ejercicio del poder y la preservación del votante más inestable hacen negociable cada uno de esos puntos en función de la oportunidad coyuntural, en función también de la presión de una derecha instalada en el cinismo (democrático) y el descaro reaccionario.

El principio de realidad aconsejaría abandonar la ilusión de una identidad compacta y alternativa al PSOE, cambiar de lenguaje y hasta de actitud y asumir que la mejor opción política está en perder la nostalgia de otros tiempos y actuar como contrafuerte del flanco izquierdo y más débil del socialismo en el poder. Perder más votos y escaños en Izquierda Unida es todavía posible, pero se notaría poco. La otra posibilidad es ganar a un elector que no vota un cambio de sistema ni una alternativa global, pero sí aspira a fortalecer la posición ideológica de la izquierda socialdemócrata o a constituirse sin máscaras en voto de vigilancia de las cautelas moderadoras del poder (cuando ese poder sea socialista). Otra cosa es fer volar coloms y mantener una deshilachada y amorfa -o peor, juvenil- combinación de elementos que difuminan el único objetivo práctico a la izquierda del PSOE: fortalecer la razón laica y solidaria y desactivar la tentación permisiva con la peor tradición de inspiración eclesiástica y constantiniana. Entonces quizá podrían revisar medidas ecologistas para controlar el límite de velocidad en horas punta, y dejarlo como estaba durante el resto del día para que esos 80 kilómetros por hora no te pongan cabeza y cara de tonto protectoramente gobernado por la izquierda de la izquierda.

Jordi Gracia es catedrático de Literatura Española de la Universidad de Barcelona.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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