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ELECCIONES 2008 | Campaña electoral
Columna
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El apólogo de la niña feliz

Rajoy cerró su turno de intervenciones en el debate electoral de anteanoche con un enternecedor apólogo destinado a que los espectadores pudieran irse a "dormir con tranquilidad". El relato didáctico que resumió todas sus ideas es la feliz historia de una niña nacida en España que tiene una familia, unos padres con trabajo y una vivienda. Sea cual sea su domicilio (¿Cataluña, Madrid, País Vasco, Andalucía?), la mocita recibirá la mejor educación y podrá "pasear por todo el mundo sin complejos" gracias a que dispondrá de un "título profesional cotizado" y "sabrá idiomas".

El complejo de inferioridad para aprender lenguas tiene una larga tradición en la península: un epigrama de Nicolás Fernández Moratín describe la admiración de un portugués "de ver que en su tierna infancia/todos los niños de Francia/supiesen hablar francés". La desmesurada promesa de Rajoy según la cual todos los niños de España hablarán, leerán y escribirán en inglés correctamente —con independencia de que acudan a la escuela pública o a colegios de élite— cuando el PP llegue al poder aspira a curar ese castizo síndrome.

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Además de anunciar indirectamente un halagüeño porvenir a los profesores de inglés y a las academias de idiomas, el apólogo se propone transmitir una moraleja esencialmente patriótica. Una vez transformada en "mujer madura", la niña del relato sentirá —"quiero que sienta", subraya Rajoy— "un hondo orgullo por ser española" y pertenecer a "esa nación tan vieja y tan admirable".

Los estudios literarios y psicológicos sobre los cuentos infantiles han descubierto claves inesperadas bajo la superficie inocente de sus textos. Si las investigaciones de Vladimir Propp sobre las narraciones populares rusas sentaron las bases para el análisis estructural de su morfología, el Psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim estudió cómo los niños interpretan los argumentos terroríficos y los personajes amedrentadores. En tanto que escritor novel de relatos infantiles, Rajoy permite reflexionar, en cambio, sobre el contradictorio entusiasmo ante una niña que siente el "hondo orgullo" de pertenecer a "una nación tan vieja y tan admirable" como España, por un lado, y el paralelo aborrecimiento hacia las emociones nacionalistas de las niñas catalanas y vascas.

El presidente del PP define a España como una nación de "ciudadanos libres e iguales", enfrentada con las comunidades identitarias de carácter étnico y las concepciones patrióticas esencialistas. Dado que los españoles no han sido ciudadanos libres e iguales sino súbditos de reyes y dictadores hasta fechas muy recientes, no se entienden las razones de Rajoy para datar la existencia de España como nación muchos siglos atrás. Todavía parece menos probable que la condición liberaldemocrática constituya una particularidad de la realidad nacional española: ¿acaso las restantes "viejas naciones" del continente europeo no están formadas desde la Revolución Francesa por ciudadanos libres e iguales?

En cualquier caso, los esfuerzos del líder popular para introducir en el debate la cuestión de la inmigración —vinculándola con el aumento de la delincuencia— mostraron el cortísimo recorrido de su oportunista definición de España como una nación de ciudadanos libres e iguales. Ministro del Interior y vicepresidente primero con Aznar cuando las corrientes migratorias procedentes de Latinoamérica, Magreb, África subsahariana y Europa oriental desbordaron las fronteras españolas en busca de supervivencia y de trabajo, Rajoy se limitó entonces a mirar hacia otro lado, sin tratar de poner coto a la implacable explotación de esa barata mano de obra al margen de las regulaciones laborales y en condiciones de vida semi-esclavistas.

Mientras empresarios sin escrúpulos —de manera consciente— y la economía española en su conjunto —de forma indirecta— se lucraban con la fuerza de trabajo de los recién llegados a nuestras costas, los portavoces del PP iniciaron una campaña xenófoba sobre la criminalidad innata de los inmigrantes y la amenaza que sus costumbres representaban para la identidad española. El llamado efecto llamada fue manejado como un espantajo para endurecer las leyes y restringir los permisos de residencia y de trabajo.

Como líder de la oposición, Rajoy ha redescubierto ahora las posibilidades de obtener un demagógico beneficio electoralista —como ocurrió antes en Francia con el Frente Nacional de Le Pen— gracias a la incorporación de millones de inmigrantes a una sociedad castigada durante tiempo por la emigración; en apenas una década, las gentes nacidas en otros países han pasado a constituir el 10% de nuestra población. De haber creído alguna vez de buena fe que España es una nación de ciudadanos libres e iguales, el presidente del PP habría luchado por los derechos de los inmigrantes para convertirlos en futuros compatriotas.

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