Minué hermético 'alla italiana'
La masonería ha perdido su aureola de sociedad secreta. Pasado el franquismo, centros como la Gran Logia Simbólica de la calle de Avinyó han abierto sus puertas a los neófitos y hoy a nadie incomodan los librepensadores. Pero, en su inicio, esta sociedad tenía todo el atractivo de lo prohibido. Tanto atractivo que -aun siendo perseguida por la Inquisición- la aristocracia y la clase política del momento no recibían en casa, pues estaban siempre de ritual de iniciación.
Barcelona, para no ser menos, tuvo su primera logia en 1753, lo cual, muy pronto atrajo un particular turismo masónico. Para muestra, un botón. En nuestros días, la estrecha calle del Hostal d'En Sol es un espacio canijo, entre el edificio de Correos y la plaza de Traginers. En la esquina con esta plaza se conserva una de las casas más viejas de la ciudad, a media calle hay un restaurante de moda, y poco más. Apenas unos portales, unas pocas casas ocultas en un rincón, supervivientes orgullosas de la época en que aquí tenía asiento el famoso hostal d'en Sol, un acomodado establecimiento -sito en el número 1-, céntricamente ubicado en lo que entonces era una importante zona de negocios, a tiro de peluca del puerto y del Palacio Real.
No muy lejos de este lugar, en el vecino hostal de Santa María, se alojó, una mañana de 1767, un italiano llamado Giacomo Casanova. Masón, aventurero y afamado amante, que consideraba el amor poco más que "una curiosidad". Pero este pasatiempo le salió caro, pues fue a liarse con una compatriota -Nina Bergonzoni-, amante del conde de Ricla, el capitán general de Cataluña. Éste, furioso, le hizo arrestar a finales de 1768. Y le encerró en un lóbrego calabozo de la Ciudadela, de donde no saldría hasta un año después.
En esas mismas fechas se hospedaba en el hostal d'en Sol otro italiano, Beppo Bálsamo, más conocido como conde de Cagliostro. También masón y estafador al detalle, que venía huyendo del padre de su mujer -Lorenza Feliciani- de 15 años. Ambos intentaban timar a un cura de la parroquia de los Sants Just i Pastor y vendían pócimas milagrosas. Pero el negocio no les fue muy bien y Bálsamo acabó alquilando a la Feliciani, que pasó a ser la nueva amante del conde de Ricla.
Ambrosio Funes de Villalpando Abarca de Bolea es el tercer eje de esta historia. Hombre de genio vivo, era primo del todopoderoso conde de Aranda, y como aquél, también era conde y masón. Aquí, le recordamos vagamente por derribar las murallas que daban al antiguo torrente del Cagalell y convertirlo en la actual Rambla. Pero en su época era uno de los hombres más influyentes del país, que se pirraba por las mujeres y los secretos. Se le describe como un sujeto malcarado y soberbio, acostumbrado a mandar, que tuvo frecuentes roces con el Ayuntamiento. Quizá por eso, aunque masones como él -y a pesar de las curvilíneas virtudes de las dos italianas-, no tuvo problema alguno en despachar a los cuatro advenedizos sin muchas contemplaciones. La Bergonzoni fue a exiliarse a Valencia y Casanova huyó a Francia. La Feliciani y Bálsamo a punto estuvieron de ir a la cárcel y optaron por marcharse del hostal d'en Sol, de noche y sin pagar. Años después, él volvería de incógnito con un encargo masónico desconocido, para salir pitando antes de que Ricla y su hospedero le reconociesen.
Epílogo. El señor Sol, leridano de origen y hostelero de profesión, nunca pudo cobrar los seis meses de estancia de los Bálsamo, verdadero misterio tratándose de un empresario barcelonés. Y eso que era el único que no tenía nada que ver con la masonería.
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